04 de Octubre, fiesta de SAN FRANCISCO DE ASÍS
Hoy en día podemos emprender el camino
de la verdadera pobreza y llegar a ser esencialmente pobres, pobres de espíritu,
hoy podemos desprendernos de nosotros mismos para convertirnos en ofrenda real
de amor a Dios.
El Señor necesita almas pobres de
espíritu, ricas en amor, capaces de esa generosidad que surge de quien
verdaderamente comprende las cosas simples del Espíritu y desea seguir al Señor
en lo esencial del Camino cumpliendo con aquello de “Deja todo lo que tienes y
sígueme”.
De San Francisco siempre se destaca la pobreza,
sin embargo, es algo superficial y no es mas que el efecto de su vida interior
de absoluta y total entrega a Dios.
La verdadera pobreza es en espíritu, aquella
por la que El Señor dice “Felices” o “Bienaventurados” (Mt. 5, 3 y ss).
Pobre de espíritu es quien se desprende de sí
mismo convirtiéndose en ofrenda a Dios.
La pobreza de espíritu, ese desprendimiento
total y real de sí, ¿Cómo se logra?, Simple, obedeciéndolo.
Para llegar a ser verdaderamente pobre de espíritu,
hay que discernir la Voluntad de Dios con la intención de obedecerlo
renunciando a la voluntad propia que es ofrecida como sacrificio ante el Trono
de la Santísima Trinidad.
Considerar lo que hemos aprendido de San
Francisco, una persona por el mero hecho de ser pobre, no es santa, solo si es
santa su pobreza se santifica y joya que vale ante Dios.
Hay personas que guardan una apariencia de
pobreza mientras que, interiormente, no se han desprendido de sí, no han
llegado a ser verdadera y esencialmente pobres, son como aquellos fariseos y
maestros de la ley a los que El Señor llama “Sepulcros blanqueados”.
Hoy en día podemos emprender el camino de la
verdadera pobreza y llegar a ser esencialmente pobres, pobres de espíritu, hoy
podemos desprendernos de nosotros mismos para convertirnos en ofrenda real de
amor a Dios.
Ese ofrecimiento de sí a Dios, es verdadero
amor a Dios, y Él hace milagros, como cuando le ofrecieron cinco panes y dos
pescados para que los bendiga, multiplique y alimente a una multitud.
El Señor necesita almas pobres de espíritu,
ricas en amor, capaces de esa generosidad que surge de quien verdaderamente
comprende las cosas simples del Espíritu y desea seguir al Señor en lo esencial
del Camino cumpliendo con aquello de “Deja todo lo que tienes y sígueme”.
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