02 de Octubre, día de los ÁNGELES CUSTODIOS O DE
LA GUARDA
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1.-
Sobre los Ángeles
Custodios, diversas fuentes
2.-
Sobre los Ángeles
Custodios de María Virgen, Mística Ciudad de Dios
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1.-
Sobre los Ángeles
Custodios, diversas fuentes
Todos tenemos un Ángel Custodio o de la
Guarda.
No es un gordito simpático como se lo suele
representar. Es un Ángel grande, fuerte,
fornido, como un custodio en el mundo.
No solo es grande y fuerte, tiene gran poder
tutelar, es protector.
Nos protege y guía en el camino, en nuestro tránsito
por el mundo. Nos es asignado al ser concebidos y nos acompaña, no solo hasta
el fallecimiento, sino hasta el destino eterno.
Las almas que se salvan, entran al Cielo
acompañadas por su Ángel Custodio, las que van al Purgatorio, son acompañadas
ahí por su Ángel de la Guarda hasta que terminan su período de purificación,
mientras que las personas que se condenan, son acompañadas hasta las puertas
del abismo por su Ángel Custodio, lugar en el que se retira para volver al
Cielo.
Los sacerdotes tienen, como todas las
personas, un Ángel de la Guarda, pero acá se observa una particularidad, cuando
reciben la ordenación sacerdotal, el Ángel Custodio camina detrás de ellos por
la dignidad a la que son elevados.
Algunos obispos, con una misión particular,
pueden llegar a tener dos o tres Ángeles Custodios.
Si estamos orando por la noche y nos quedamos
dormidos, el Ángel de la Guarda completa las oraciones.
¿Cómo debe ser el trato con nuestro Custodio?,
Familiar, amigable, confiado pero no confianzudo, como con cualquier persona y
considerando la misión que tiene encomendada (Protegernos contra los enemigos
espirituales y guiarnos en el camino de fidelidad a Dios).
En la oración nos inspira, aconseja, guía, nos
enseña y ayuda a amar Dios, nos ayuda a mantenernos fieles y a adelantar en
piedad.
Otra cos a que hace es preparar el camino,
acercar personas que se encuentran distanciadas, ¿Cómo lo hace?, Simple, habla
con el Ángel de la Guarda de la otra persona y entre ambos inspiran buenos
sentimientos y pensamientos.
2.-
Sobre los Ángeles
Custodios de María Virgen, Mística Ciudad de Dios
Dijo
Dios a los Ángeles:
Ya sabéis cómo la antigua serpiente, después
de la señal que vio de esta maravillosa Mujer, las anda rodeando a todas; y
desde la primera que criamos, persigue con astucia y asechanzas a las que
conoce más perfectas en su vida y obras, pretendiendo topar entre todas a la
que ha de hollar y quebrantar su cabeza. Y cuando atento a esta purísima e inculpable
criatura la reconociere tan santa, pondrá todo su esfuerzo en perseguirla según
el concepto que de ella hiciere. La soberbia de este dragón será mayor que su
fortaleza (Is., 16, 6), pero Nuestra voluntad es que de esta Nuestra Ciudad
Santa y Tabernáculo del Verbo Humanado tengáis especial cuidado y protección,
para guardarla, asistirla y defenderla de nuestros enemigos y para iluminarla,
confortarla y consolarla con digno cuidado y reverencia mientras fuere viadora
entre los mortales.
A esta proposición que hizo el Altísimo a los
Santos Ángeles, todos con humildad profunda, como postrados ante el Real Trono
de la Santísima Trinidad, se mostraron rendidos y prontos a su Divino mandato.
Y cada cual con santa emulación deseaba ser
enviado y se ofrecía a tan feliz ministerio y todos hicieron al Altísimo himnos
de alabanza y cantar nuevo, porque llegaba ya la hora en que veían el
cumplimiento de lo que con ardentísimos deseos habían por muchos siglos
suplicado.
Por esta razón los espíritus celestiales con
esta nueva revelación recibieron nuevo júbilo y gloria accidental y dijeron al
Señor:
Altísimo e incomprensible Señor y Dios
nuestro, digno eres de toda
reverencia, alabanza y gloria eterna;
y nosotros somos tus criaturas criadas por tu Divina
voluntad. Envíanos, Señor poderosísimo, a la ejecución de tus maravillosas
obras y Misterios, para que en todos y en todo se cumpla tu justísimo
beneplácito. Con estos efectos se reconocían los celestiales príncipes por inferiores y, si
posible fuera, deseaban ser más puros y perfectos para ser dignos de guardarla
y servirla.
Determinó
luego el Altísimo y señaló quiénes habían de ocuparse en tan alto ministerio y
de los nueve coros eligió de cada uno ciento, que son novecientos.
Y
luego señaló otros doce para que más de ordinario la asistiesen en forma
corporal y visible; y tenían señales o divisas de la redención; y éstos son los
doce que refiere el capítulo 21 del Apocalipsis (Ap., 21, 12) que guardaban las
puertas de la ciudad.
Fuera
de éstos señaló el Señor otros diez y ocho Ángeles de los más superiores,
para que subiesen y descendiesen por esta escala mística de Jacob con embajadas
de la Reina a Su Alteza y del mismo Señor a ella; porque muchas veces los
enviaba al eterno Padre para ser gobernada en todas sus acciones por el
Espíritu Santo, pues ninguna hizo sin su Divino beneplácito y aun en las cosas
pequeñas le procuraba saber.
Y
cuando con especial ilustración no era enseñada, enviaba con estos Santos
Ángeles a representar al Señor su duda y deseo de hacer lo más agradable a su
voluntad santísima y saber qué la mandaba, como en el discurso de esta Historia
diremos.
Sobre
todos estos Santos Ángeles señaló y nombró el Altísimo otros setenta
serafines de los más supremos y allegados al Trono de la Divinidad, para
que confiriesen con la Princesa del Cielo y la comunicasen, por el mismo modo
que ellos mismos entre sí comunican y hablan y los superiores iluminan a los
inferiores.
Y
este beneficio le fue concedido a la Madre de Dios, aunque era superior en la
dignidad y gracia a todos los serafines, porque era viadora y en naturaleza
inferior. Y cuando alguna vez se le ausentaba y escondía el Señor,
como adelante veremos (Cf. infra n. 678 y 728), estos setenta serafines la ilustraban y consolaban
y con ellos confería los afectos de su ardentísimo amor y sus ansias por el
tesoro escondido.
El número de setenta en este beneficio tuvo
correspondencia a los años de su vida santísima, que fueron no sesenta, sino
setenta, como diré en su
lugar (Cf. p. III n. 742). En este número se encierran aquellos sesenta fuertes
que, en el capítulo 3 de los Cantares (Cant., 3, 7), se dice guardaban el
tálamo o lecho de Salomón, escogidos de los más valientes de Israel, ejercitados
en la guerra, con espadas ceñidas por los temores de la noche.
Estos príncipes y capitanes esforzados fueron
señalados para guarda de la Reina del Cielo entre los más supremos de los
órdenes jerárquicos; porque, en aquella antigua batalla que hubo en el Cielo
entre los espíritus humildes contra el soberbio dragón, fueron como señalados y
armados caballeros por el Supremo Rey de todo lo criado, para que con la espada
de su virtud y palabra Divina peleasen y venciesen a Lucifer con todos los
apostatas que le siguieron.
Y porque en esta gran pelea y victoria se
aventajaron estos supremos Serafines en el celo de la honra del Altísimo, como
capitanes esforzados y diestros en el amor divino, y estas armas de la gracia
les fueron dadas por virtud del Verbo humanado, cuya honra, como de su Cabeza y Señor, defendieron, y con ella
juntamente la de su Madre Santísima, por esto dice que guardaban el tálamo de
Salomón y le hacían escolta y que tenían ceñidas sus espadas en aquella parte
que significa la humana generación (Cant., 3, 8), y en ella la humanidad de
Cristo Señor nuestro concebida en el tálamo virginal de María de su purísima
sangre y sustancia.
Los otros diez Serafines que restan para cumplir el número de setenta, fueron también de los superiores de
aquel primer orden que contra la antigua serpiente manifestaron más reverencia
de la divinidad y humanidad del Verbo y de su Madre santísima; que para todo
esto hubo lugar en aquel breve conflicto de los Santos Ángeles. Y a los principales
caudillos que allí hubo se les dio como por especial honra que lo fuesen
también de los que guardaban a su Reina y Señora.
Y todos ellos
juntos hacen número de mil ángeles, entre serafines y los demás de
los órdenes inferiores; con que esta ciudad de Dios quedaba superabundantemente
guarnecida contra los ejércitos infernales.
Y para disponer mejor este invencible escuadrón fue señalado
por su cabeza el príncipe de la milicia celestial San Miguel, que si bien no asistía siempre con la Reina, pero muchas
veces la acompañaba y se le manifestaba. Y el Altísimo le destinó para que en algunos Misterios,
como especial embajador de
Cristo Señor nuestro, atendiese a la
guarda de su Madre Santísima.
Fue asimismo señalado el Santo Príncipe Gabriel, para que del Eterno Padre descendiese a las legacías y
ministerios que tocasen a la Princesa del Cielo. Y esto fue lo que ordenó la
Santísima Trinidad para su ordinaria defensa y custodia.
Extracto
de la obra “Mística Ciudad de Dios”, de la Venerable Sierva de Dios Sor María
de Jesús de Ágreda.
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