2 oct 2018

02 de Octubre, día de los ÁNGELES CUSTODIOS O DE LA GUARDA


02 de Octubre, día de los ÁNGELES CUSTODIOS O DE LA GUARDA




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1.- Sobre los Ángeles Custodios, diversas fuentes


2.- Sobre los Ángeles Custodios de María Virgen, Mística Ciudad de Dios


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1.- Sobre los Ángeles Custodios, diversas fuentes


 Todos tenemos un Ángel Custodio o de la Guarda.

 No es un gordito simpático como se lo suele representar.  Es un Ángel grande, fuerte, fornido, como un custodio en el mundo.

 No solo es grande y fuerte, tiene gran poder tutelar, es protector.

 Nos protege y guía en el camino, en nuestro tránsito por el mundo. Nos es asignado al ser concebidos y nos acompaña, no solo hasta el fallecimiento, sino hasta el destino eterno.

 Las almas que se salvan, entran al Cielo acompañadas por su Ángel Custodio, las que van al Purgatorio, son acompañadas ahí por su Ángel de la Guarda hasta que terminan su período de purificación, mientras que las personas que se condenan, son acompañadas hasta las puertas del abismo por su Ángel Custodio, lugar en el que se retira para volver al Cielo.

 Los sacerdotes tienen, como todas las personas, un Ángel de la Guarda, pero acá se observa una particularidad, cuando reciben la ordenación sacerdotal, el Ángel Custodio camina detrás de ellos por la dignidad a la que son elevados.

 Algunos obispos, con una misión particular, pueden llegar a tener dos o tres Ángeles Custodios.

 Si estamos orando por la noche y nos quedamos dormidos, el Ángel de la Guarda completa las oraciones.

 ¿Cómo debe ser el trato con nuestro Custodio?, Familiar, amigable, confiado pero no confianzudo, como con cualquier persona y considerando la misión que tiene encomendada (Protegernos contra los enemigos espirituales y guiarnos en el camino de fidelidad a Dios).

 En la oración nos inspira, aconseja, guía, nos enseña y ayuda a amar Dios, nos ayuda a mantenernos fieles y a adelantar en piedad.

 Otra cos a que hace es preparar el camino, acercar personas que se encuentran distanciadas, ¿Cómo lo hace?, Simple, habla con el Ángel de la Guarda de la otra persona y entre ambos inspiran buenos sentimientos y pensamientos.


2.- Sobre los Ángeles Custodios de María Virgen, Mística Ciudad de Dios



Dijo Dios a los Ángeles:

   Ya sabéis cómo la antigua serpiente, después de la señal que vio de esta maravillosa Mujer, las anda rodeando a todas; y desde la primera que criamos, persigue con astucia y asechanzas a las que conoce más perfectas en su vida y obras, pretendiendo topar entre todas a la que ha de hollar y quebrantar su cabeza. Y cuando atento a esta purísima e inculpable criatura la reconociere tan santa, pondrá todo su esfuerzo en perseguirla según el concepto que de ella hiciere. La soberbia de este dragón será mayor que su fortaleza (Is., 16, 6), pero Nuestra voluntad es que de esta Nuestra Ciudad Santa y Taber­náculo del Verbo Humanado tengáis especial cuidado y protección, para guardarla, asistirla y defenderla de nuestros enemigos y para iluminarla, confortarla y consolarla con digno cuidado y reverencia mientras fuere viadora entre los mortales.

 A esta proposición que hizo el Altísimo a los Santos Ánge­les, todos con humildad profunda, como postrados ante el Real Trono de la Santísima Trinidad, se mostraron rendidos y prontos a su Di­vino mandato.

 Y cada cual con santa emulación deseaba ser enviado y se ofrecía a tan feliz ministerio y todos hicieron al Altísimo himnos de alabanza y cantar nuevo, porque llegaba ya la hora en que veían el cumplimiento de lo que con ardentísimos deseos habían por muchos siglos suplicado.


  Por esta razón los espíritus celestiales con esta nueva re­velación recibieron nuevo júbilo y gloria accidental y dijeron al Se­ñor:

 Altísimo e incomprensible Señor y Dios nuestro, digno eres de toda  reverencia,   alabanza  y  gloria  eterna;   y nosotros   somos   tus criaturas criadas por tu Divina voluntad. Envíanos, Señor poderosí­simo, a la ejecución de tus maravillosas obras y Misterios, para que en todos y en todo se cumpla tu justísimo beneplácito. Con estos efectos se reconocían los  celestiales príncipes por inferiores y, si posible fuera, deseaban ser más puros y perfectos para ser dignos de guardarla y servirla.


Determinó luego el Altísimo y señaló quiénes habían de ocu­parse en tan alto ministerio y de los nueve coros eligió de cada uno ciento, que son novecientos.

Y luego señaló otros doce para que más de ordinario la asistiesen en forma corporal y visible; y tenían señales o divisas de la redención; y éstos son los doce que refiere el capítulo 21 del Apocalipsis (Ap., 21, 12) que guardaban las puertas de la ciudad.

Fuera de éstos señaló el Señor otros diez y ocho Ángeles de los más superiores, para que subiesen y descendiesen por esta escala mística de Jacob con embajadas de la Reina a Su Alteza y del mismo Señor a ella; porque muchas veces los enviaba al eterno Padre para ser gobernada en todas sus acciones por el Espíritu Santo, pues ninguna hizo sin su Divino beneplácito y aun en las cosas pequeñas le procuraba saber.

Y cuando con especial ilustración no era enseñada, enviaba con estos Santos Ángeles a representar al Señor su duda y deseo de hacer lo más agradable a su voluntad santísima y saber qué la mandaba, como en el discurso de esta Historia diremos.

Sobre todos estos Santos Ángeles señaló y nombró el Altísi­mo otros setenta serafines de los más supremos y allegados al Trono de la Divinidad, para que confiriesen con la Princesa del Cielo y la comunicasen, por el mismo modo que ellos mismos entre sí comu­nican y hablan y los superiores iluminan a los inferiores.

 Y este beneficio le fue concedido a la Madre de Dios, aunque era superior en la dignidad y gracia a todos los serafines, porque era viadora y en naturaleza inferior. Y cuando alguna vez se le ausentaba y escon­día el Señor, como adelante veremos (Cf. infra n. 678 y 728), estos  setenta serafines la ilustraban y consolaban y con ellos confería los afectos de su arden­tísimo amor y sus ansias por el tesoro escondido.

 El número de se­tenta en este beneficio tuvo correspondencia a los años de su vida santísima,  que fueron no sesenta,  sino  setenta,  como diré  en  su lugar (Cf. p. III n. 742). En este número se encierran aquellos sesenta fuertes que, en el capítulo 3 de los Cantares (Cant., 3, 7), se dice guardaban el tálamo o lecho de Salomón, escogidos de los más valientes de Israel, ejerci­tados en la guerra, con espadas ceñidas por los temores de la noche.

  Estos príncipes y capitanes esforzados fueron señalados para guarda de la Reina del Cielo entre los más supremos de los órdenes jerárquicos; porque, en aquella antigua batalla que hubo en el Cielo entre los espíritus humildes contra el soberbio dragón, fueron como señalados y armados caballeros por el Supremo Rey de todo lo cria­do, para que con la espada de su virtud y palabra Divina peleasen y venciesen a Lucifer con todos los apostatas que le siguieron.

 Y porque en esta gran pelea y victoria se aventajaron estos supremos Serafi­nes en el celo de la honra del Altísimo, como capitanes esforzados y diestros en el amor divino, y estas armas de la gracia les fueron dadas por virtud del Verbo humanado, cuya honra, como de su  Cabeza y Señor, defendieron, y con ella juntamente la de su Madre San­tísima, por esto dice que guardaban el tálamo de Salomón y le hacían escolta y que tenían ceñidas sus espadas en aquella parte que sig­nifica la humana generación (Cant., 3, 8), y en ella la humanidad de Cristo Señor nuestro concebida en el tálamo virginal de María de su purísima sangre y sustancia.

Los otros diez Serafines que restan para cumplir el número de setenta, fueron también de los superiores de aquel primer orden que contra la antigua serpiente manifestaron más reverencia de la divinidad y humanidad del Verbo y de su Madre santísima; que para todo esto hubo lugar en aquel breve conflicto de los Santos Ángeles. Y a los principales caudillos que allí hubo se les dio como por espe­cial honra que lo fuesen también de los que guardaban a su Reina y Señora.

 Y todos ellos juntos hacen número de mil ángeles, entre sera­fines y los demás de los órdenes inferiores; con que esta ciudad de Dios quedaba superabundantemente guarnecida contra los ejércitos infernales.

Y para disponer mejor este invencible escuadrón fue seña­lado por su cabeza el príncipe de la milicia celestial San Miguel, que si bien no asistía siempre con la Reina, pero muchas veces la acom­pañaba y se le manifestaba. Y el Altísimo le destinó para que en algu­nos  Misterios,  como especial  embajador de Cristo  Señor nuestro, atendiese a la guarda de su Madre Santísima.

Fue asimismo señalado el Santo Príncipe  Gabriel, para que del Eterno  Padre descendiese a las legacías y ministerios que tocasen a la Princesa del Cielo. Y esto fue lo que ordenó la Santísima Trinidad para su ordinaria defensa y custodia.



Extracto de la obra “Mística Ciudad de Dios”, de la Venerable Sierva de Dios Sor María de Jesús de Ágreda.





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