EVANGELIO
DEL DOMINGO, meditación, cuarto domingo de adviento
Hoy meditamos: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi
Señor?”, (Lc 1, 43).
Hoy Dios mismo nos invita a
postrarnos en su Divina Presencia preparándonos debidamente para recibirlo,
estando atentos a su Voluntad, rindiendo el orgullo, abandonando el odio,
olvidando el ego, entregándonos al amor verdadero.
¿Queremos participar realmente en la
Navidad-Nacimiento del Señor?, Entonces, debemos abrir el corazón, debe haber
un cambio real en nuestra vida.
Hoy nos visita El Señor por medio de María
Virgen invitándonos a salir del abismo del ego, pidiendo que depongamos el
orgullo y que abramos el corazón al amor, que lo amemos verdaderamente a Él y
al prójimo como a nosotros mismos.
Tenemos que empezar a amar a Dios para que
surja o se reencienda el fuego de un verdadero amor en el corazón.
No amamos, no hay amor verdadero, real, puro y
santo, digno de Dios en nuestro pecho, y esto se nota en el simple hecho de que
vivimos preocupados por nosotros mismos, nos encontramos encerrados en el abismo
del ego no haciendo otra cosa mas que pensar en el ‘yo’.
¿Pueden pasar mas de cinco minutos sin que
pensemos en el ‘yo’?, Somos esclavos interiormente, luego, lo somos en todo
exteriormente.
Hay que empezar por el principio, y El Principio
Es Dios, El Único Principio Es Dios, a Él debemos liberar para llegar a ser verdaderamente
libres, y lo liberamos cuando nos entregamos totalmente a su Voluntad, cuando colaboramos
en Que Se Haga Su Voluntad en nuestra vida, tal como lo dijo María Virgen.
Podemos decir que la Visitación es una disputa
de humildad, Humildad de María Virgen que lleva a Dios Vivo en su seno y
humildad de Santa Isabel que recibe la visita de los Reyes del Cielo, Jesús, El
Señor, y María, la Virgen Santísima, no sabiendo como anonadarse en su
presencia.
Hoy Dios mismo nos invita a postrarnos en su
Divina Presencia preparándonos debidamente para recibirlo, estando atentos a su
Voluntad, rindiendo el orgullo, abandonando el odio, olvidando el ego, entregándonos
al amor verdadero.
Lecturas del próximo
Domingo 4º de Adviento - Ciclo C domingo, 23 de diciembre de 2018
Primera lectura, Lectura
de la profecía de Miqueas (5,1-4):
Esto dice el Señor: «Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemorables. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz».
Palabra de Dios
Salmo Sal
79,2ac.3c.15-16.18-19
R/. Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
V/. Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.
V/. Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hombre que tú has fortalecido. R/.
V/. Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.
Segunda lectura, Lectura
de la carta a los Hebreos (10,5-10):
Hermanos: Al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo —pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad». Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Palabra de Dios
Evangelio del domingo
Lectura del santo Evangelio según San Lucas (1,39-45):
En aquellos mismos
días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a
ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en
cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura
saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que
le ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra de Dios
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