30 dic 2018

EVANGELIO DEL DOMINGO, meditación, último domingo del año


EVANGELIO DEL DOMINGO, meditación, último domingo del año



“Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos”.


Considerar que, si reina nuestra voluntad, Él es esclavo, el ‘yo’ se encuentra liberado y construimos un abismo-sepulcro, un delirio de orgullo, una evasión de la realidad.


 Jesús se encuentra sujeto-atado-limitado en nuestra vida, no es verdaderamente libre, no tiene la capacidad de hacer, disponer, decidir, no tiene el poder real.

 Esto sucede porque no se lo hemos concedido, solo hemos construido una apariencia de religiosidad, algo exterior, superficial, construimos en la arena.

 Él Es Dios, y Viene a instaurar su Reino, y un Rey hace Su Voluntad en sus dominios, instaura su Reinado.

 Esto significa que va a imponer Su Voluntad como Dios y Rey, va a obrar como Verdadero Salvador-Libertador Que Es.

 Va a derrotar el delirio de orgullo de cada uno, ese reino de caprichos y vanidades, nos va a sacar del abismo de egolatría narcisista miserable en el que nos hemos convertido.

 Va aniquilar esa estatua de orgullo delirante que es el ‘yo’, columna de humo que nos impide ver el Sol de la Luz Verdadera Que Es Él.

 Se va a liberar del dominio de nuestra voluntad miserable, mezquina, miedosa, limitada.

 Considerar que, si reina nuestra voluntad, Él es esclavo, el ‘yo’ se encuentra liberado y construimos un abismo-sepulcro, un delirio de orgullo, una evasión de la realidad.

 Nuestra tarea es discernir su Voluntad para acompañarlo, no oponernos, colaborar en la obra que Él quiere hacer en y de nosotros, debemos dejarlo que nos libere-salve, especialmente de nosotros mismos.

 Una última consideración, si le damos nada, Él multiplica la nada que le hemos dado y cada vez tenemos menos, nada por nada, es nada al cuadrado; a Dios debemos darle todo porque ahí abrimos las puertas para recibirlo a Él mismo, Dios Vivo y Verdadero.





Lecturas del próximo Domingo de la Sagrada Familia: Jesús, María y José - Ciclo C


Primera lectura, Lectura del libro del Eclesiástico (3,2-6.12-14):

El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.
Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado.
Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.
Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.

Palabra de Dios


Salmo, Sal 127,1-2.3.4-5

R/. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

V/. Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

V/. Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

V/. Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.


Segunda lectura, Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,12-21):

Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimos.

Palabra de Dios


Evangelio del domingo, Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,41-52)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Palabra del Señor




25 dic 2018

EL NACIMIENTO, según la V. S. de Dios, Sor María de Jesús de Ágreda


EL NACIMIENTO, según la V. S. de Dios, Sor María de Jesús de Ágreda


(Extracto de la obra MÍSTICA CIUDAD DE DIOS)




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Contenido:


Como fue elegido el lugar de nacimiento

El primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia

Entraron María Santísima y San José en este lugar con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban

La milicia celestial guarda­ban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real

Sobre como San José y los Santos Ángeles prepararon el lugar

San José visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suaví­sima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxta­sis altísimo
María Virgen, éxtasis, visión de la Santísima Trinidad y del Misterio de la Unión Hipostática

El misterioso alumbramiento de Aquel Que Es La Luz

Que naciera el niño dejando virgen a la Madre

Los Arcángeles San Miguel y San Gabriel llevan a sus manos desde su virginal vientre

Diálogos entre la Virgen, la Santísima Trinidad y criaturas

Y sin bajarlo de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre


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Como fue elegido el lugar de nacimiento


463. Eran las nueve de la noche cuando el fidelísimo San José lleno de amargura e íntimo dolor se volvió a su esposa prudentísima, y la dijo:
 Señora mía dulcísima, mi corazón desfallece de dolor en esta ocasión viendo que no puedo acomodaros, no sólo como vos lo me­recéis y mi afecto lo deseaba, pero ningún abrigo ni descanso, que raras veces o nunca se le niega al más pobre y despreciado del mundo. Misterio sin duda tiene esta permisión del cielo, que no se muevan los corazones de los hombres a recibirnos en sus casas. Acuerdóme, Señora, que fuera de los muros de la ciudad está una cueva que suele servir de albergue a los pastores y a su ganado. Lleguémonos allá, que si por dicha está desocupada, allí tendréis del cielo algún amparo cuando nos falta de la tierra.
—Respondióle la prudentísima Virgen:
 Esposo y señor mío, no se aflija vuestro piadosísimo corazón, porque no se ejecutan los deseos ardentísimos que produce el afecto que tenéis al Señor. Y pues le tengo en mis entrañas, por él mismo os suplico que le demos gracias por lo que así dispone. El lugar que me decís será muy a propósito para mi deseo. Conviértanse vuestras lágrimas en gozo con el amor y pose­sión de la pobreza, que es el tesoro rico e inestimable de mi Hijo santísimo. Este viene a buscar desde los cielos, preparémosele con júbilo del alma, que no tiene la mía otro consuelo, y vea yo que me le dais en esto. Vamos contentos a donde el Señor nos guía.
—Enca­minaron para allá los Santos Ángeles a los divinos esposos, sirvién­doles de lucidísimas antorchas, y llegando al portal o cueva, la halla­ron desocupada y sola. Y llenos de celestial consuelo, por este bene­ficio alabaron al Señor, y sucedió lo que diré en el capítulo si­guiente.


CAPITULO 10 Nace Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea.


El primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia


468. El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres, era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres, como queda dicho en el capítulo pasado. Era este lugar tan despreciado y con­tentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con los adornos de des­nudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48), que para los rectos de corazón había de nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la noche —símbolo de las del pecado— que ocupaban todo el mundo.


Entraron María Santísima y San José en este lugar con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban


469.    Entraron María santísima y San José en este prevenido hospi­cio, y con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban pudieron fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo deseaban,  con gran consuelo y lágrimas  de alegría.  Luego  los dos santos peregrinos hincados de rodillas alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio, que no ignoraban era dispuesto por los ocultos juicios de la eterna Sabiduría. De este gran sacra­mento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en san­tificando  con  sus  plantas  aquella  felicísima  cuevecica,  sintió  una plenitud de júbilo interior que la elevó y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano a todos los vecinos de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían ocasionado tanto bien como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda de unos peñas­cos naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y tal que los hombres la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales,  pero el eterno  Padre  la  tenía  destinada para abrigo  y habitación de su mismo Hijo.


La milicia celestial guarda­ban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real


470.    Los espíritus angélicos, que como milicia celestial guarda­ban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y humana que tenían, se le manifestaban también al santo esposo José, que en aquella ocasión era conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena, viendo tan adornado y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo, como para aliviar y ani­mar su corazón y levantarle más para los sucesos que prevenía el Señor aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y Emperatriz del cielo, que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar, determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y propiciatorio sagrado, por­que ni a ella le faltase ejercicio de humildad, ni a su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal ocasión podía preve­nirle por adorno de su templo.


Sobre como San José y los Santos Ángeles prepararon el lugar


471.    El santo esposo José, atento a la majestad de su divina esposa, que ella parece olvidaba en presencia de la humildad, la suplicó no le quitase a él aquel oficio que entonces le tocaba y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora.  Y  porque  estando  los  Santos  Ángeles   en   forma  humana visible —parece que, a nuestro entender, se hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la humildad de su Reina—, luego con emulación santa ayudaron a este ejercicio o, por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron toda aquella caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió fuego con el aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se llega­ron a él para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del cielo y tierra con la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo.


San José visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suaví­sima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxta­sis altísimo


472.    Dieron gracias al Señor, como acostumbraban, después de haber comido; y deteniéndose un breve espacio en esto y en confe­rir los misterios del Verbo humanado, la prudentísima Virgen reco­nocía se le llegaba el parto felicísimo. Rogó a su esposo San José se recogiese a descansar y dormir un poco, porque ya la noche corría muy adelante. Obedeció el varón divino a su esposa y la pidió que también ella hiciese lo  mismo,  y para  esto  aliñó  y previno  con las ropas que traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para servicio  de  los animales  que  en  ella  recogían. Y dejando a María santísima acomodada en este tálamo, se retiró el santo José a un rincón del portal, donde se puso en oración. Fue luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suaví­sima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxta­sis altísimo, se le mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva dichosa; porque no volvió a sus sentidos hasta que le llamó la divina esposa. Y este fue el sueño que allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en el paraíso (Gen 2, 21).


María Virgen, éxtasis, visión de la Santísima Trinidad y del Misterio de la Unión Hipostática


473.    En el lugar que estaba la Reina de las  criaturas  fue al mismo tiempo, movida de un fuerte llamamiento del Altísimo con eficaz y dulce transformación que la levantó sobre todo lo criado y sintió nuevos efectos del poder divino, porque fue este éxtasis de los más raros y admirables de su vida santísima. Luego fue levan­tándose más con nuevos lumines y cualidades que la dio el Altí­simo, de los que en otras ocasiones he declarado, para llegar a la visión clara de la divinidad. Con estas disposiciones  se le corrió la cortina y vio intuitivamente al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que todo entendimiento angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente entender. Renovóse en ella la noticia de los misterios de la divinidad y humanidad santísima de su Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de nuevo se le manifestaron otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto del divino pecho. Y yo no tengo bastantes, capaces y adecuados tér­minos ni palabras para manifestar lo que de estos sacramentos he conocido con la luz divina; que su abundancia y fecundidad me hace pobre de razones.

474.    Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que to­caba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magni­ficencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar digna­mente  en  el  servicio,  obsequio,  educación  del  Verbo  humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta  petición  hizo  la  divina  Madre   con  humildad  profundísima, como quien entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cual era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes.  Prudente y humildemente  lo  pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio:  que le tra­tase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entra­ñas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras.


El misterioso alumbramiento de Aquel Que Es La Luz


475.    Estuvo  María  santísima  en  este  rapto  y  visión  beatífica más de una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había estado nueve me­ses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movi­miento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo  efectos tan  divinos y levantados,  que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuer­po tan espiritualizada,  tan hermosa y refulgente,  que no  parecía criatura humana y terrena:   el rostro despedía rayos de luz como un sol entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el  espíritu elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y verdadera.

477.    En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de Justi­cia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada y consagrada; porque no dividió, sino que penetró el virginal claus­tro, como los rayos del sol, que sin herir la vidriera cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que na­cen comúnmente enredados los  otros  niños y están  envueltos en ella en los vientres de sus madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde pudo nacer y originarse el error que se ha introdu­cido de lo contrario.


Que naciera el niño dejando virgen a la Madre


 Basta saber y suponer que en la generación del Verbo humanado y en  su nacimiento,  el brazo  poderoso  del Altísimo tomó y eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de la generación humana, para que el Verbo hecho   hombre   verdadero,   verdaderamente   se   llamase   concebido, engendrado y nacido como hijo de la sustancia de su Madre siem­pre Virgen. Pero en las demás condiciones que no son de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual, pero otras muchas que no  derogan a la sustancia  de la generación  o nacimiento y en los mismos  términos  de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria para que la  Reina del cielo  se llame  Madre verdadera y  Cristo  Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella. Porque ni estos efectos del pecado o natu­raleza eran necesarios para la verdad de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en ma­yor excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a entrambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que la divina diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se extendió con su poder a todo lo que en pura criatura fue posible.

478.    Conforme a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese virgen en concebir y parir por obra del Espí­ritu Santo, quedando siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pu­diera perder este privilegio la naturaleza, pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular excelencia; y porque no estuviese y care­ciese de ella, se la concedió el poder de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o piel que los de­más, pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legí­tima Madre, y por esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la naturaleza este parto otras pen­siones y tributos de menos pureza que contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como consiguiente  al milagroso modo  de nacer,  que  fuese  privilegiado y libre de todo lo que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza;   y  aquella  túnica  secundina  no   se  había  de  corromper fuera del virginal vientre, por haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la sangre y sustancia ma­terna; ni tampoco era conveniente guardarla y conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le comunican al divino cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima, como diré luego. Y el milagro con que se había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del vientre, se pudo obrar mejor quedán­dose en él, sin salir fuera.

479.    Nació, pues, el niño Dios  del  tálamo virginal  solo y  sin otra cosa material o corporal que le acompañase, pero salió glo­rioso y transfigurado; porque la divinidad y sabiduría infinita dis­puso y ordenó que la gloria del alma santísima redundase y se co­municase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer, participando los dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para pe­netrar el claustro virginal y dejarle ileso en su virginal integridad, porque  sin   estos   dotes  pudiera  Dios   hacer  otros   milagros:   que naciera el niño dejando virgen a la Madre, como lo dicen los doc­tores santos (S. Tomás, Summa, III, q. 28 a. 2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista  de  aquel objeto divino  la prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con que había de tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había sido infor­mada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la experiencia que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus ojos purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza.


Los Arcángeles San Miguel y San Gabriel llevan a sus manos desde su virginal vientre


480.    El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7) que la Madre Vir­gen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana cor­pórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el Sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la adore,  así  estos  dos  celestiales  ministros  presentaron  a  los  ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto suce­dió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella el corazón del dulce niño y quedando jun­tamente llevada y transformada en él.


Diálogos entre la Virgen, la Santísima Trinidad y criaturas


 Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el Príncipe celestial a su feliz Madre, y la dijo:
 Madre, asimílate a mí, que por el ser humano que me has  dado  quiero desde hoy darte otro  nuevo  ser de  gracia  más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y hombre por imitación perfecta.
—Respondió la prudentísima Madre:
   Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus ungüentos.
—Aquí  se  cumplieron  muchos  de  los  ocultos  misterios de los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen pasaron otros de los divinos coloquios que allí se refieren, como:
 Mi amado para mí y yo para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10). Atiende qué her­mosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué her­moso  eres,  dilecto  mío  (Cant 1, 14-15);  y otros  muchos  sacramentos   que  para referirlos sería necesario dilatar más de lo que es necesario este capítulo.

481.    Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo dilectísimo juntamente la fueron patentes  los actos  inte­riores de su alma santísima unida a la divinidad, para que imitán­dolos se asimilase a él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la di­vina Señora la presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que decía:
 Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande agrado y complacencia (Mt 17, 5).
—Y la prudentísima Madre, divi­nizada toda entre tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo:
 Eterno Padre y Dios altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag 2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava fiel vuestra divina vo­luntad.
—Oyó luego una voz que le decía:
 Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como madre y reverencíale como a tu verdadero Dios.
—Respondió la divina Madre:
Aquí está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la humilde criatura tenga en sus manos y ali­mente con su leche a su mismo Señor y Criador.

482. Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios suspendió el milagro o volvió a continuar el que sus­pendía los dotes y gloria de su cuerpo santísimo, quedando repre­sada sólo en el alma, y se mostró sin ellos en su ser natural y pa­sible. Y en este estado le vio también su Madre purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo:
Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid en hora buena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10). Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi insu­ficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea con vos.
—Luego se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo:
 Altísimo Criador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano con misericor­dia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo es de que se aplaque con vuestro Hijo y mío. Descanse ya la justicia, y magnifíquese vuestra misericordia, pues para esto se ha vestido el Verbo divino la similitud de la carne del pecado (Rom 8, 3) y se ha hecho hermano de los mortales y pecadores. Por este título los reconozco por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por ellos. Vos, Señor poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin merecerlo, porque esta dignidad es sobre todos merecimientos de criaturas, pero debo a los hombres en parte la ocasión que han dado a mi incomparable dicha, pues por ellos soy Madre del Verbo humanado pasible y Redentor de todos. No les negaré mi amor, mi cuidado y desvelo para su remedio. Recibid, eterno Dios, mis deseos y peticiones para lo que es de vuestro mismo agrado y voluntad.

483.    Convirtióse también la Madre de Misericordia a todos los mortales, y hablando con ellos dijo:
  Consuélense los afligidos, alé­grense   los  desconsolados,  levántense   los   caídos,  pacifíquense   los turbados, resuciten los  muertos, letifíquense los justos, alégrense los santos, reciban nuevo júbilo los espíritus celestiales, alíviense los profetas y patriarcas del limbo y todas las generaciones alaben y magnifiquen al Señor que renovó sus maravillas. Venid, venid, po­bres;  llegad, párvulos, sin temor, que en mis manos tengo hecho cordero manso al que se llama león; al poderoso, flaco; al inven­cible, rendido. Venid por la vida, llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que para todos le tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce bien de mi alma, dadme  licencia para  que reciba de vos  aquel  deseado  ósculo  de todas las criaturas.
 — Con esto la felicísima Madre aplicó sus divi­nos y castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que las esperaba como Hijo suyo verdadero.


Y sin bajarlo de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre


484.    Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre. Y como la beatísima Trinidad asistía con especial modo al nacimiento del Verbo encarnado, quedó el cielo como desierto  de  sus  moradores,  porque  toda  aquella  corte   invisible   se trasladó a la feliz cueva de Belén y adoró también a su Criador en hábito nuevo y peregrino. Y en su alabanza entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico:
 Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis
 (Lc 2, 14).  Y con dulcísima y  sonora  armonía le repitieron, admirados de las nuevas maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia, gracia, humildad y hermo­sura de una doncella tierna de quince años, depositaría y ministra digna de tales y tantos sacramentos.



22 dic 2018

EVANGELIO DEL DOMINGO, meditación, cuarto domingo de adviento


EVANGELIO DEL DOMINGO, meditación, cuarto domingo de adviento



Hoy meditamos: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”, (Lc 1, 43).




Hoy Dios mismo nos invita a postrarnos en su Divina Presencia preparándonos debidamente para recibirlo, estando atentos a su Voluntad, rindiendo el orgullo, abandonando el odio, olvidando el ego, entregándonos al amor verdadero.


 ¿Queremos participar realmente en la Navidad-Nacimiento del Señor?, Entonces, debemos abrir el corazón, debe haber un cambio real en nuestra vida.

 Hoy nos visita El Señor por medio de María Virgen invitándonos a salir del abismo del ego, pidiendo que depongamos el orgullo y que abramos el corazón al amor, que lo amemos verdaderamente a Él y al prójimo como a nosotros mismos.

 Tenemos que empezar a amar a Dios para que surja o se reencienda el fuego de un verdadero amor en el corazón.

 No amamos, no hay amor verdadero, real, puro y santo, digno de Dios en nuestro pecho, y esto se nota en el simple hecho de que vivimos preocupados por nosotros mismos, nos encontramos encerrados en el abismo del ego no haciendo otra cosa mas que pensar en el ‘yo’.

 ¿Pueden pasar mas de cinco minutos sin que pensemos en el ‘yo’?, Somos esclavos interiormente, luego, lo somos en todo exteriormente.

 Hay que empezar por el principio, y El Principio Es Dios, El Único Principio Es Dios, a Él debemos liberar para llegar a ser verdaderamente libres, y lo liberamos cuando nos entregamos totalmente a su Voluntad, cuando colaboramos en Que Se Haga Su Voluntad en nuestra vida, tal como lo dijo María Virgen.

 Podemos decir que la Visitación es una disputa de humildad, Humildad de María Virgen que lleva a Dios Vivo en su seno y humildad de Santa Isabel que recibe la visita de los Reyes del Cielo, Jesús, El Señor, y María, la Virgen Santísima, no sabiendo como anonadarse en su presencia.

 Hoy Dios mismo nos invita a postrarnos en su Divina Presencia preparándonos debidamente para recibirlo, estando atentos a su Voluntad, rindiendo el orgullo, abandonando el odio, olvidando el ego, entregándonos al amor verdadero.




Lecturas del próximo Domingo 4º de Adviento - Ciclo C domingo, 23 de diciembre de 2018



Primera lectura, Lectura de la profecía de Miqueas (5,1-4):

Esto dice el Señor: «Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemorables. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz».

Palabra de Dios


Salmo Sal 79,2ac.3c.15-16.18-19

R/. Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

V/. Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

V/. Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hombre que tú has fortalecido. R/.

V/. Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.


Segunda lectura, Lectura de la carta a los Hebreos (10,5-10):

Hermanos: Al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo —pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad». Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Palabra de Dios


Evangelio del domingo Lectura del santo Evangelio según San Lucas (1,39-45):

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Palabra de Dios



16 dic 2018

EVANGELIO DEL DOMINGO, meditación, tercer domingo de adviento


EVANGELIO DEL DOMINGO, meditación, tercer domingo de adviento



“Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel” (Sof 3) y "«¿Entonces, qué debemos hacer?»” (Lc 3).


 Cada uno va a ver limitada la voluntad propia, humillado su orgullo y aniquilado su ego, ¿Por qué?.

 Nos abismamos en el ego, deliramos de orgullo y nos hemos vuelto esclavos de nuestros caprichos, ahí es donde Dios como Verdadero Padre nos ama, corrige, impide que nos esclavicemos cultivando la propia autodestrucción.

 Llegó la hora de prestarle atención a Dios, es el momento de levantar la cabeza.

 De ahora en adelante, nadie va a poder hacer lo que quiere, va a comenzar a reinar El Hijo de Dios, se va a hacer la Voluntad de Dios.

 Dios mismo pone límites, impide que cada uno haga lo que se le ocurre, antoja, quiere. Dios Es Padre y corrige, y cuando lo hace, es por Amor que lo hace porque Él Es El Mismo de Siempre.

 La humillación va a ser el pan diario y, ¿Qué tiene que ver esto con la primera lectura?, Hay que alegrarse en la corrección de Dios, en su limitación-humillación.

 Ahí nos está amando verdaderamente, ése es el Verdadero Amor de Dios, por Amor El Señor nos corrige, porque así impide que caigamos en el abismo de ego.

 Hay que aprender la Verdad, Dios no es un adulador misericordioso lisonjero que conforma o satisface el ego, al contrario, por verdadera Misericordia, saca a las almas del abismo de su ego, de la esclavitud de sus vicios, caprichos y ambiciones infernales.




Lecturas de hoy Domingo 3º de Adviento - Ciclo C


Primera lectura, Lectura de la profecía de Sofonías (3,14-18a):

Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel; regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. l Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temerás mal alguno. Aquel día dirán a Jerusalén: «¡No temas! ¡Sión, no desfallezcas!» El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta.

Palabra de Dios


Salmo,  Is 12,2-3.4bed.5-6

R/. Gritad jubilosos,
porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.

V/. «Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. R/.

V/. «Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso». R/.

V/. Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
porque es grande en medio de ti el
Santo de Israel. R/.


Segunda lectura, Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (4,4-7):

 Hermanos: Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.  Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Palabra de Dios


Evangelio de hoy, Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,10-18):

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
«¿Entonces, qué debemos hacer?»
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?»
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

Palabra del Señor



9 dic 2018

EVANGELIO DEL DOMINGO, meditación, segundo domingo de adviento


EVANGELIO DEL DOMINGO, meditación, segundo domingo de adviento


Así se revela el Amor de Dios y acá es donde nos Ama verdaderamente, cuando no permite que continuemos evadidos de la realidad mintiéndonos-engañándonos a nosotros mismos.


“...Y toda carne verá la salvación de Dios”, (Lc 3).


 Ego, ego y mas ego, las almas se pierden en el abismo del ego porque no hacen otra cosa mas que pensar en su falso dios, rey y señor que es el ‘yo’.

 Se preocupan, obsesionan, angustian, desesperan, y es porque no dejan de mirar hacia abajo, no dejan de contemplar su ombligo en el mas completo olvido de Dios, en la mas abominable negación de Él.

 Permanecen evadidas de la realidad, encerradas en la fantasía de su orgullo y hacen lo que quieren mientras que se arrastran como gusanos sobre la faz de la tierra buscando aceptación, reconocimiento, adoración para su máscara, ese orgullo delirante por el que esperan ser reconocidas, tomadas en cuenta, amadas, adoradas.

 Dios está a las puertas y llama, golpea, rompe esa muralla de orgullo, pincha el globo, devolviéndonos a la realidad.

 Ahí se revela el Amor de Dios, ahí es donde nos Ama verdaderamente, cuando no permite que continuemos evadidos de la realidad mintiéndonos-engañándonos a nosotros mismos.

 Hay que abrir los ojos a la realidad, dejar de mentirse-engañarse a sí mismo, tenemos que dejar de preocuparnos por el ego delirante porque, de lo contrario, nos convertiremos en esclavos del orgullo que se pierden auto justificándose mientras que se angustian y desesperan tratando de convencer a otros de sus supuestas bondades escondiendo sus vicios.

 La salvación comienza en la Verdad, Dios Es la Verdad y nos dice-revela la Verdad para que dejemos de mentirnos-engañarnos, para que aceptemos su corrección que nos reencamina.


Lecturas del próximo Domingo 2º de Adviento - Ciclo C


Primera lectura, Lectura del libro de Baruc (5,1-9):

Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción que llevas, y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede.
Envuélvete en el manto de la justicia de Dios, y ponte en la cabeza la diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos habitan bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la justicia» y «Gloria en la piedad».
En pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el oriente y contempla a tus hijos: el Santo los reúne de oriente a occidente y llegan gozosos invocando a su Dios. A pie tuvieron que partir, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real. Dios ha mandado rebajarse a todos los montes elevados y a todas las colinas encumbradas; ha mandado rellenarse a los barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine seguro, guiado por la gloria de Dios. Ha mandado a los bosques y a los árboles aromáticos que den sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.

Palabra de Dios

Salmo Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6

R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres

V/. Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R/.

V/. Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R/.

V/. Recoge, Señor, a nuestro cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R/.

V/. Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

Segunda lectura, Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (1,4-6.8-11):

Hermanos:
Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy.
Ésta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena la obra, llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús.
Testigo me es Dios del amor entrañable con que os quiero, en Cristo Jesús.
Y esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios.

Palabra de Dios

Evangelio del domingo Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,1-6):

En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio ttetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».

Palabra del Señor.