EL
NACIMIENTO, según la V. S. de Dios, Sor María de Jesús de Ágreda
(Extracto de
la obra MÍSTICA CIUDAD DE DIOS)
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Contenido:
Como fue elegido el lugar de nacimiento
El primer templo de la luz y casa del
verdadero Sol de Justicia
Entraron María Santísima y San José en
este lugar con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los
acompañaban
La milicia celestial guardaban a su
Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo
de guardia en el palacio real
Sobre como San José y los Santos Ángeles
prepararon el lugar
San José visitado del Espíritu divino y
sintió una fuerza suavísima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado
en un éxtasis altísimo
María Virgen, éxtasis, visión de la Santísima
Trinidad y del Misterio de la Unión Hipostática
El misterioso alumbramiento de Aquel Que
Es La Luz
Que naciera el niño dejando virgen a la
Madre
Los Arcángeles San Miguel y San Gabriel
llevan a sus manos desde su virginal vientre
Diálogos entre la Virgen, la Santísima
Trinidad y criaturas
Y sin bajarlo de sus brazos, sirvió de
altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su
Criador hecho hombre
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Como
fue elegido el lugar de nacimiento
463.
Eran las nueve de la noche cuando el fidelísimo San José lleno de amargura e
íntimo dolor se volvió a su esposa prudentísima, y la dijo:
Señora mía dulcísima, mi
corazón desfallece de dolor en esta ocasión viendo que no puedo acomodaros, no
sólo como vos lo merecéis y mi afecto lo deseaba, pero ningún abrigo ni
descanso, que raras veces o nunca se le niega al más pobre y despreciado del
mundo. Misterio sin duda tiene esta permisión del cielo, que no se muevan los
corazones de los hombres a recibirnos en sus casas. Acuerdóme, Señora, que
fuera de los muros de la ciudad está una cueva que suele servir de albergue a
los pastores y a su ganado. Lleguémonos allá, que si por dicha está desocupada,
allí tendréis del cielo algún amparo cuando nos falta de la tierra.
—Respondióle
la prudentísima Virgen:
Esposo y señor mío, no se
aflija vuestro piadosísimo corazón, porque no se ejecutan los deseos
ardentísimos que produce el afecto que tenéis al Señor. Y pues le tengo en mis
entrañas, por él mismo os suplico que le demos gracias por lo que así dispone.
El lugar que me decís será muy a propósito para mi deseo. Conviértanse vuestras
lágrimas en gozo con el amor y posesión de la pobreza, que es el tesoro rico e
inestimable de mi Hijo santísimo. Este viene a buscar desde los cielos,
preparémosele con júbilo del alma, que no tiene la mía otro consuelo, y vea yo
que me le dais en esto. Vamos contentos a donde el Señor nos guía.
—Encaminaron
para allá los Santos Ángeles a los divinos esposos, sirviéndoles de
lucidísimas antorchas, y llegando al portal o cueva, la hallaron desocupada y
sola. Y llenos de celestial consuelo, por este beneficio alabaron al Señor, y
sucedió lo que diré en el capítulo siguiente.
CAPITULO
10 Nace Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea.
El
primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia
468.
El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los
señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres,
era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se
retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres,
como queda dicho en el capítulo pasado. Era este lugar tan despreciado y contentible,
que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas
en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque
era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad
y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les
reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con los adornos
de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del
verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48), que para los rectos de corazón había de
nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la noche
—símbolo de las del pecado— que ocupaban todo el mundo.
Entraron
María Santísima y San José en este lugar con el resplandor que despedían los
diez mil Ángeles que los acompañaban
469. Entraron María santísima y San José en este
prevenido hospicio, y con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que
los acompañaban pudieron fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo
deseaban, con gran consuelo y lágrimas de alegría.
Luego los dos santos peregrinos
hincados de rodillas alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio,
que no ignoraban era dispuesto por los ocultos juicios de la eterna Sabiduría.
De este gran sacramento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en
santificando con sus
plantas aquella felicísima
cuevecica, sintió una plenitud de júbilo interior que la elevó
y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano a todos los vecinos
de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían ocasionado tanto bien
como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda de unos peñascos
naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y tal que los hombres
la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales, pero el eterno Padre
la tenía destinada para abrigo y habitación de su mismo Hijo.
La
milicia celestial guardaban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de
escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real
470. Los espíritus angélicos, que como milicia
celestial guardaban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones,
como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y
humana que tenían, se le manifestaban también al santo esposo José, que en
aquella ocasión era conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena,
viendo tan adornado y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo,
como para aliviar y animar su corazón y levantarle más para los sucesos que
prevenía el Señor aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y
Emperatriz del cielo, que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar,
determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de
trono real y propiciatorio sagrado, porque ni a ella le faltase ejercicio de
humildad, ni a su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal
ocasión podía prevenirle por adorno de su templo.
Sobre
como San José y los Santos Ángeles prepararon el lugar
471. El santo esposo José, atento a la majestad
de su divina esposa, que ella parece olvidaba en presencia de la humildad, la
suplicó no le quitase a él aquel oficio que entonces le tocaba y,
adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por
eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora. Y
porque estando los
Santos Ángeles en
forma humana visible —parece que,
a nuestro entender, se hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la
humildad de su Reina—, luego con emulación santa ayudaron a este ejercicio o,
por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron toda aquella
caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió fuego con el
aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se llegaron a él
para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron
con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del cielo y tierra con
la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y abstraída en el
misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo.
San
José visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suavísima y
extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis altísimo
472. Dieron gracias al Señor, como
acostumbraban, después de haber comido; y deteniéndose un breve espacio en esto
y en conferir los misterios del Verbo humanado, la prudentísima Virgen reconocía
se le llegaba el parto felicísimo. Rogó a su esposo San José se recogiese a
descansar y dormir un poco, porque ya la noche corría muy adelante. Obedeció el
varón divino a su esposa y la pidió que también ella hiciese lo mismo,
y para esto aliñó
y previno con las ropas que
traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para
servicio de los animales
que en ella
recogían. Y dejando a María santísima acomodada en este tálamo, se
retiró el santo José a un rincón del portal, donde se puso en oración. Fue
luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suavísima y
extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis altísimo, se le
mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva dichosa; porque no volvió
a sus sentidos hasta que le llamó la divina esposa. Y este fue el sueño que
allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en el paraíso (Gen 2,
21).
María
Virgen, éxtasis, visión de la Santísima Trinidad y del Misterio de la Unión
Hipostática
473. En el lugar que estaba la Reina de las criaturas
fue al mismo tiempo, movida de un fuerte llamamiento del Altísimo con
eficaz y dulce transformación que la levantó sobre todo lo criado y sintió
nuevos efectos del poder divino, porque fue este éxtasis de los más raros y
admirables de su vida santísima. Luego fue levantándose más con nuevos lumines
y cualidades que la dio el Altísimo, de los que en otras ocasiones he
declarado, para llegar a la visión clara de la divinidad. Con estas
disposiciones se le corrió la cortina y
vio intuitivamente al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que
todo entendimiento angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente
entender. Renovóse en ella la noticia de los misterios de la divinidad y
humanidad santísima de su Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de
nuevo se le manifestaron otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto
del divino pecho. Y yo no tengo bastantes, capaces y adecuados términos ni
palabras para manifestar lo que de estos sacramentos he conocido con la luz
divina; que su abundancia y fecundidad me hace pobre de razones.
474. Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen
cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto
había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta
visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así
de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las criaturas, para quien se
ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real de la divinidad y,
dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las
criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso
amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar dignamente en
el servicio, obsequio,
educación del Verbo
humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal
leche. Ésta petición hizo
la divina Madre
con humildad profundísima, como quien entendía la alteza
de tan nuevo sacramento, cual era el criar y tratar como madre a Dios hecho
hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los
supremos serafines eran insuficientes.
Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo
24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del
Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la
mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y
ministerio: que le tratase como a Hijo
del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a
tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras.
El
misterioso alumbramiento de Aquel Que Es La Luz
475. Estuvo
María santísima en
este rapto y
visión beatífica más de una hora
inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en
sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su
virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había
estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movimiento
del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las
demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y
alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos tan
divinos y levantados, que
sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuerpo tan
espiritualizada, tan hermosa y
refulgente, que no parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol
entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad
y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los
ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu elevado en la divinidad y toda ella
deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel divino rapto, dio al
mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro
Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de
domingo,
y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil
ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y
verdadera.
477. En el término de la visión beatífica y
rapto de la Madre siempre Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació
de ella el Sol de Justicia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo,
refulgente y puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada y
consagrada; porque no dividió, sino que penetró el virginal claustro, como los
rayos del sol, que sin herir la vidriera cristalina, la penetra y deja más
hermosa y refulgente. Y antes de explicar el modo milagroso como esto se
ejecutó, digo que nació el niño Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman
secundina en la que nacen comúnmente enredados los otros
niños y están envueltos en ella
en los vientres de sus madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde
pudo nacer y originarse el error que se ha introducido de lo contrario.
Que
naciera el niño dejando virgen a la Madre
Basta saber y suponer que en la generación del
Verbo humanado y en su nacimiento, el brazo
poderoso del Altísimo tomó y
eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de
la generación humana, para que el Verbo hecho
hombre verdadero, verdaderamente se
llamase concebido, engendrado y
nacido como hijo de la sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás
condiciones que no son de esencia, sino accidentales a la generación y
natividad, no sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre
santísima las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual,
pero otras muchas que no derogan a la
sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos términos
de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria
para que la Reina del cielo se llame
Madre verdadera y Cristo Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella.
Porque ni estos efectos del pecado o naturaleza eran necesarios para la verdad
de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y
lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en mayor
excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a entrambos?
Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de recatear con el Autor
de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna Madre, prevenida, adornada
y siempre favorecida y hermoseada; que la divina diestra en todos tiempos la
estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se extendió con su poder a todo lo
que en pura criatura fue posible.
478. Conforme a esta verdad, no derogaba a la
razón de madre verdadera que fuese virgen en concebir y parir por obra del Espíritu
Santo, quedando siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este
privilegio la naturaleza, pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular
excelencia; y porque no estuviese y careciese de ella, se la concedió el poder
de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o
piel que los demás, pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legítima
Madre, y por esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como
tampoco pagó a la naturaleza este parto otras pensiones y tributos de menos
pureza que contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado
no era justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era
como consiguiente al milagroso modo de nacer,
que fuese privilegiado y libre de todo lo que pudiera
ser materia de corrupción o menos limpieza;
y aquella túnica
secundina no se
había de corromper fuera del virginal vientre, por
haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la
sangre y sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y
conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le
comunican al divino cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima,
como diré luego. Y el milagro con que se había de disponer de esta piel
sagrada, si saliera del vientre, se pudo obrar mejor quedándose en él, sin
salir fuera.
479. Nació, pues, el niño Dios del
tálamo virginal solo y sin otra cosa material o corporal que le
acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque la divinidad y
sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del alma santísima redundase
y se comunicase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer, participando los
dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de
los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para penetrar el
claustro virginal y dejarle ileso en su virginal integridad, porque sin
estos dotes pudiera
Dios hacer otros
milagros: que naciera el niño
dejando virgen a la Madre, como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa,
III, q. 28 a.
2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad
divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez
glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista de
aquel objeto divino la prudentísima
Madre concibiese la reverencia altísima con que había de tratar a su Hijo, Dios
y hombre verdadero; y aunque antes había sido informada de esto, con todo eso
ordenó el Señor que por este medio como experimental se la infundiese nueva
gracia, correspondiente a la experiencia que tomaba de la divina excelencia de
su dulcísimo Hijo y de su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla
fue como premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus
ojos purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el
amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y
recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza.
Los
Arcángeles San Miguel y San Gabriel llevan a sus manos desde su virginal
vientre
480. El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc
2, 7) que la Madre Virgen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió
en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos
desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento. Pero fueron
ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel,
que como asistían en forma humana corpórea al misterio, al punto que el Verbo
humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en
debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al
modo que el Sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la
adore, así estos
dos celestiales ministros
presentaron a los
ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto sucedió
en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a
su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella el
corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y transformada en él.
Diálogos
entre la Virgen, la Santísima Trinidad y criaturas
Y desde las manos de los dos santos príncipes
habló el Príncipe celestial a su feliz Madre, y la dijo:
Madre, asimílate a mí,
que por el ser humano que me has
dado quiero desde hoy darte
otro nuevo ser de
gracia más levantado, que siendo
de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y hombre por imitación
perfecta.
—Respondió
la prudentísima Madre:
Trahe me post te, in
odorem unguentorum tuorum curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y
correremos en el olor de tus ungüentos.
—Aquí se
cumplieron muchos de los ocultos
misterios de los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen
pasaron otros de los divinos coloquios que allí se refieren, como:
Mi amado para mí y yo
para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10). Atiende qué hermosa
eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué hermoso eres,
dilecto mío (Cant 1, 14-15);
y
otros muchos sacramentos
que para referirlos sería
necesario dilatar más de lo que es necesario este capítulo.
481. Con las palabras que oyó María santísima de
la boca de su Hijo dilectísimo juntamente la fueron patentes los actos
interiores de su alma santísima unida a la divinidad, para que imitándolos
se asimilase a él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y
dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella
hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde
ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura
criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la
divina Señora la presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre
eterno que decía:
Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande
agrado y complacencia (Mt 17, 5).
—Y
la prudentísima Madre, divinizada toda entre tan encumbrados sacramentos,
respondió y dijo:
Eterno Padre y Dios
altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y
bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag
2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava
fiel vuestra divina voluntad.
—Oyó
luego una voz que le decía:
Recibe a tu unigénito
Hijo, imítale, críale y advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le
pida. Aliméntale como madre y reverencíale como a tu verdadero Dios.
—Respondió
la divina Madre:
Aquí está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de
vuestra gracia para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y
dándome la suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no
sea atrevimiento que la humilde criatura tenga en sus manos y alimente con su
leche a su mismo Señor y Criador.
482.
Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios
suspendió el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria
de su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin
ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su Madre
purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que ella
estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le tenían. Y
cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo:
Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid
en hora buena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las
tinieblas del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid
a vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10).
Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi insuficiencia para
serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea con vos.
—Luego
se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y
dijo:
Altísimo Criador de todo
el universo, aquí está el altar y el sacrificio aceptable a vuestros ojos.
Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano con misericordia, y cuando
merezcamos vuestra indignación, tiempo es de que se aplaque con vuestro Hijo y
mío. Descanse ya la justicia, y magnifíquese vuestra misericordia, pues para
esto se ha vestido el Verbo divino la similitud de la carne del pecado (Rom 8,
3) y se ha hecho hermano de los mortales y pecadores. Por este título los
reconozco por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por ellos. Vos, Señor
poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin merecerlo, porque esta
dignidad es sobre todos merecimientos de criaturas, pero debo a los hombres en
parte la ocasión que han dado a mi incomparable dicha, pues por ellos soy Madre
del Verbo humanado pasible y Redentor de todos. No les negaré mi amor, mi
cuidado y desvelo para su remedio. Recibid, eterno Dios, mis deseos y
peticiones para lo que es de vuestro mismo agrado y voluntad.
483. Convirtióse también la Madre de
Misericordia a todos los mortales, y hablando con ellos dijo:
Consuélense los
afligidos, alégrense los desconsolados, levántense
los caídos, pacifíquense
los turbados, resuciten los
muertos, letifíquense los justos, alégrense los santos, reciban nuevo
júbilo los espíritus celestiales, alíviense los profetas y patriarcas del limbo
y todas las generaciones alaben y magnifiquen al Señor que renovó sus
maravillas. Venid, venid, pobres;
llegad, párvulos, sin temor, que en mis manos tengo hecho cordero manso
al que se llama león; al poderoso, flaco; al invencible, rendido. Venid por la
vida, llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que para todos le
tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos
y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce bien de mi alma,
dadme licencia para que reciba de vos aquel
deseado ósculo de todas las criaturas.
— Con esto la felicísima Madre aplicó sus divinos
y castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que las
esperaba como Hijo suyo verdadero.
Y
sin bajarlo de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil
Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre
484. Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de
altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su
Criador hecho hombre. Y como la beatísima Trinidad asistía con especial modo al
nacimiento del Verbo encarnado, quedó el cielo como desierto de
sus moradores, porque
toda aquella corte
invisible se trasladó a la feliz
cueva de Belén y adoró también a su Criador en hábito nuevo y peregrino. Y en
su alabanza entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico:
Gloria in excelsis Deo,
et in terra pax hominibus bonae voluntatis
(Lc 2, 14).
Y con dulcísima y sonora armonía le repitieron, admirados de las
nuevas maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia,
gracia, humildad y hermosura de una doncella tierna de quince años, depositaría
y ministra digna de tales y tantos sacramentos.