5 nov 2018

05 de Noviembre, SANTA ISABEL, madre de San Juan Bautista


05 de Noviembre, SANTA ISABEL, madre de San Juan Bautista






Extracto de la obra “Mística Ciudad de Dios”, de la Venerable Sierva de Dios Sor María de Jesús de Ágreda.




CAPITULO 17, La salutación que hizo la Reina del cielo a Santa Isabel y la santi­ficación de San Juan Bautista.


1.- San Juan Bautista en el vientre materno y lo que determinó El Señor para su Precursor


 Cumplido el sexto mes del preñado de Santa Isabel, estaba en la caverna de su vientre el Precursor futuro de Cristo nuestro bien, cuando llegó la madre santísima María a la casa de San Zacarías. La condición del cuerpo del niño San Juan Bautista era en el orden natural muy perfecta, y más que otras, por el milagro que intervino en su concep­ción de madre estéril y porque se ordenaba para depositar en él la santidad mayor entre los nacidos (Mt 11, 11), que Dios le tenía prevenida.

 Pero entonces su alma estaba poseída de las tinieblas del pecado original que había contraído en Adán, como los demás hijos de este primero y común padre del linaje humano. Y como por ley común y general no pue­den los mortales recibir la luz de la gracia antes de salir a esta luz material del sol, por esto, después del primer pecado que se contrae con la naturaleza, viene a servir el vientre materno como de cárcel o calabozo de todos los que fuimos reos en nuestro padre y cabeza Adán. A su gran profeta y precursor determinó Cristo Señor nues­tro adelantar en este gran beneficio, anticipándole la luz de la gracia y justificación a los seis meses que Santa Isabel le había concebido, para que su santidad fuese privilegiada como lo había de ser el oficio de precursor y bautista.


2.- María Virgen obtiene la justificación del Santo Precursor. Oración del Señor en el vientre materno


 Después de la primera salutación que hizo María santísima a su prima Santa Isabel, se retiraron las dos a solas. Y luego la Madre de la gracia saludó (Lc 1, 40) de nuevo a su deuda, y la dijo: Dios te salve, prima y carísima mía, y su divina luz te comunique gracia y vida.—Con esta voz de María santísima quedó Santa Isabel llena del Espíritu Santo (Lc 1, 41) y tan ilumi­nado su interior, que en un instante conoció altísimos misterios y sa­cramentos.

 Estos efectos y los que sintió al mismo tiempo el niño San Juan Bautista en el vientre de su madre resultaron de la presencia del Verbo humanado en el tálamo de María, donde sirviéndose de su voz como de instrumento comenzó a usar de la potestad que le dio el Padre eterno para salvar y justificar las almas como su Reparador. Y como la ejecutaba como hombre, estando en el mismo vientre virginal aquel cuerpecito de ocho días concebido —¡cosa maravillosa!— se puso en forma y postura humilde de orar y pedir al Padre, y oró y pidió la justificación de su Precursor futuro y la alcanzó de la Santísima Trinidad.


 Presentó Cristo Señor nuestro al eterno Padre los méritos y pasión y muerte que venía a padecer por los hombres, y en virtud de esto pidió la santificación de aquella alma, y nombró y señaló al niño que había de nacer santo para precursor suyo y que diese testimonio de su venida al mundo y preparase los corazones de su pueblo, para que le conociesen y recibiesen, y que para tan alto ministerio se le concediesen a aquella persona elegida todas las gracias, dones y fa­vores convenientes y proporcionados; y todo lo concedió el Padre, como lo pidió su Unigénito humanado.


3.- Sobre cómo fue la Presantificación


 Esto precedió a la salutación y voz de María santísima. Y al pronunciar la divina Señora las palabras referidas, miró Dios al niño en el vientre de Santa Isabel y le dio uso de razón perfectísimo, ilustrándole con especiales auxilios de la divina luz, para que se preparase, conociendo el bien que le hacían.

 Y con esta disposi­ción fue santificado del pecado original y constituido hijo adoptivo del Señor por gracia santificante y lleno del Espíritu Santo con abundantísima gracia y ple­nitud de dones y virtudes, y sus potencias quedaron santificadas con la gracia, sujetas y subordinadas a la razón; con que se cumplió lo que había dicho el Ángel San Gabriel a San Zacarías (Lc 1, 15), que su hijo sería lleno del Espíritu Santo y desde el vientre de su madre.

 Al mismo tiempo el dichoso niño desde su lugar vio al Verbo encarnado, sir­viéndole como de vidriera las paredes de la caverna uteral y de cris­tales purísimos el tálamo de las virgíneas entrañas de María santí­sima, y adoró puesto de rodillas a su Redentor y Criador. Y éste fue el movimiento y júbilo que su madre Santa Isabel reconoció y sintió en su infante y en su vientre. Otros muchos actos hizo el niño San Juan Bautista en este beneficio, ejercitando todas las virtudes de fe, esperanza, caridad, culto, agradecimiento, humildad, devoción y las demás que allí podría obrar. Y desde aquel instante comenzó a merecer y crecer en santidad, sin perderla jamás ni dejar de obrar con todo el vigor de la gracia.


4.- Efectos en Santa Isabel


 Conoció Santa Isabel al mismo tiempo el misterio de la en­carnación, la santificación de su hijo propio y el fin y sacramentos de esta nueva maravilla; conoció también la pureza virginal y digni­dad de María santísima.

 Y en aquella ocasión, estando la divina Reina toda absorta en la visión de estos misterios y de la divinidad que los obraba en su Hijo santísimo, quedó toda divinizada y llena de luz y claridad de los dotes que participaba; y Santa Isabel la vio con esta majestad, y como por viril purísimo vio al Verbo humanado en el tálamo virginal, como en una litera de encendido y animado cris­tal. De todos estos admirables efectos fue instrumento eficaz la voz de María santísima, tan fuerte y poderosa como dulce en los oídos del Altísimo; y toda esta virtud era como participada de la que tuvo aquella poderosa palabra:  Fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1, 38), con que trajo al eterno Verbo del pecho del Padre a su mente y a su vientre


5.- Bendita Eres


 Admirada Santa Isabel con lo que sentía y conocía en tan divinos sacramentos, fue toda conmovida con espiritual júbilo del Espíritu Santo y, mirando a la Reina del mundo y a lo que en ella veía, con alta voz prorrumpió en aquellas palabras que refiere San Lucas (Lc 1, 42-45):

 Bendita eres tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿y de dónde a mí esto que venga la Madre de mi Señor adonde yo estoy? Pues luego que llegó a mis oídos la voz de tu salu­tación, se exultó y alegró el infante en mi vientre.  Bienaventurada eres tú que creíste, porque en ti se cumplirán perfectamente todas las cosas que el Señor te dijo.

 En estas palabras proféticas recopiló Santa Isabel grandes excelencias de María santísima, conociendo con la divina luz lo que había hecho el poder divino en ella y lo que de presente hacía y después en lo futuro había de suceder. Y todo lo conoció y entendió el niño San Juan Bautista en su vientre, que percibía las pala­bras de su madre, y ella era ilustrada por la ocasión de su santifi­cación; y engrandeció ella a María santísima por entrambos como al instrumento de su felicidad a quien él no podía por su boca ben­decir ni alabar desde el vientre.


6.- Magnificat


 A las palabras de Santa Isabel, con que engrandeció a nues­tra gran Reina, respondió la Maestra de la sabiduría y humildad, remitiéndolas todas a su Autor mismo y con dulcísima y suavísima voz entonó el cántico de la Magníficat que refiere San Lucas, y dijo (Lc 1, 46-55):

 Mi alma glorifica al Señor: y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios, salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava: por lo tanto, ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes aquel que es todo poderoso, cuyo nombre es santo: y cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen. Hizo alarde del poder de su brazo: deshizo las miras del corazón de los soberbios. Derribó del solio a los poderosos y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos: y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, acogió a Israel su siervo: según la promesa que hizo a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia por los siglos de los siglos. 




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