05 de Noviembre, SANTA ISABEL, madre de San Juan
Bautista
Extracto
de la obra “Mística Ciudad de Dios”, de la Venerable Sierva de Dios Sor María
de Jesús de Ágreda.
CAPITULO
17, La salutación que hizo la Reina del cielo a Santa Isabel y la santificación
de San Juan Bautista.
1.- San Juan
Bautista en el vientre materno y lo que determinó El Señor para su Precursor
Cumplido el sexto mes del preñado de Santa
Isabel, estaba en la caverna de su vientre el Precursor futuro de Cristo
nuestro bien, cuando llegó la madre santísima María a la casa de San Zacarías.
La condición del cuerpo del niño San Juan Bautista era en el orden natural muy
perfecta, y más que otras, por el milagro que intervino en su concepción de
madre estéril y porque se ordenaba para depositar en él la santidad mayor entre
los nacidos (Mt 11, 11), que Dios le tenía prevenida.
Pero entonces su alma estaba poseída de las
tinieblas del pecado original que había contraído en Adán, como los demás hijos
de este primero y común padre del linaje humano. Y como por ley común y general
no pueden los mortales recibir la luz de la gracia antes de salir a esta luz
material del sol, por esto, después del primer pecado que se contrae con la
naturaleza, viene a servir el vientre materno como de cárcel o calabozo de
todos los que fuimos reos en nuestro padre y cabeza Adán. A su gran profeta y
precursor determinó Cristo Señor nuestro adelantar en este gran beneficio,
anticipándole la luz de la gracia y justificación a los seis meses que Santa
Isabel le había concebido, para que su santidad fuese privilegiada como lo
había de ser el oficio de precursor y bautista.
2.- María
Virgen obtiene la justificación del Santo Precursor. Oración del Señor en el
vientre materno
Después de la primera salutación que hizo
María santísima a su prima Santa Isabel, se retiraron las dos a solas. Y luego
la Madre de la gracia saludó (Lc 1, 40) de nuevo a su deuda, y la dijo: Dios te
salve, prima y carísima mía, y su divina luz te comunique gracia y vida.—Con esta voz de María
santísima quedó Santa Isabel llena del Espíritu Santo (Lc 1, 41) y tan iluminado
su interior, que en un instante conoció altísimos misterios y sacramentos.
Estos efectos y los que sintió al mismo tiempo
el niño San Juan Bautista en el vientre de su madre resultaron de la presencia
del Verbo humanado en el tálamo de María, donde sirviéndose de su voz como de
instrumento comenzó a usar de la potestad que le dio el Padre eterno para
salvar y justificar las almas como su Reparador. Y como la ejecutaba como
hombre, estando en el mismo vientre virginal aquel cuerpecito de ocho días
concebido —¡cosa maravillosa!— se puso en forma y postura humilde de orar y
pedir al Padre, y oró y pidió la justificación de su Precursor futuro y la
alcanzó de la Santísima Trinidad.
Presentó Cristo Señor nuestro al eterno Padre
los méritos y pasión y muerte que venía a padecer por los hombres, y en virtud
de esto pidió la santificación de aquella alma, y nombró y señaló al niño que
había de nacer santo para precursor suyo y que diese testimonio de su venida al
mundo y preparase los corazones de su pueblo, para que le conociesen y
recibiesen, y que para tan alto ministerio se le concediesen a aquella persona
elegida todas las gracias, dones y favores convenientes y proporcionados; y
todo lo concedió el Padre, como lo pidió su Unigénito humanado.
3.- Sobre cómo
fue la Presantificación
Esto precedió a la salutación y voz de María
santísima. Y al pronunciar la divina Señora las palabras referidas, miró Dios
al niño en el vientre de Santa Isabel y le dio uso de razón perfectísimo,
ilustrándole con especiales auxilios de la divina luz, para que se preparase,
conociendo el bien que le hacían.
Y con esta disposición fue santificado del
pecado original y constituido hijo adoptivo del Señor por gracia santificante y
lleno del Espíritu Santo con abundantísima gracia y plenitud de dones y
virtudes, y sus potencias quedaron santificadas con la gracia, sujetas y
subordinadas a la razón; con que se cumplió lo que había dicho el Ángel San Gabriel
a San Zacarías (Lc 1, 15), que su hijo sería lleno del Espíritu Santo y desde
el vientre de su madre.
Al mismo tiempo el dichoso niño desde su lugar
vio al Verbo encarnado, sirviéndole como de vidriera las paredes de la caverna
uteral y de cristales purísimos el tálamo de las virgíneas entrañas de María
santísima, y adoró puesto de rodillas a su Redentor y Criador. Y éste fue el
movimiento y júbilo que su madre Santa Isabel reconoció y sintió en su infante
y en su vientre. Otros muchos actos hizo el niño San Juan Bautista en este
beneficio, ejercitando todas las virtudes de fe, esperanza, caridad, culto,
agradecimiento, humildad, devoción y las demás que allí podría obrar. Y desde
aquel instante comenzó a merecer y crecer en santidad, sin perderla jamás ni
dejar de obrar con todo el vigor de la gracia.
4.- Efectos en
Santa Isabel
Conoció Santa Isabel al mismo tiempo el
misterio de la encarnación, la santificación de su hijo propio y el fin y
sacramentos de esta nueva maravilla; conoció también la pureza virginal y dignidad
de María santísima.
Y en aquella ocasión, estando la divina Reina
toda absorta en la visión de estos misterios y de la divinidad que los obraba
en su Hijo santísimo, quedó toda divinizada y llena de luz y claridad de los
dotes que participaba; y Santa Isabel la vio con esta majestad, y como por
viril purísimo vio al Verbo humanado en el tálamo virginal, como en una litera
de encendido y animado cristal. De todos estos admirables efectos fue
instrumento eficaz la voz de María santísima, tan fuerte y poderosa como dulce
en los oídos del Altísimo; y toda esta virtud era como participada de la que
tuvo aquella poderosa palabra: Fiat mihi
secundum verbum tuum (Lc 1, 38), con que trajo al eterno Verbo del pecho del
Padre a su mente y a su vientre
5.- Bendita
Eres
Admirada Santa Isabel con lo que sentía y
conocía en tan divinos sacramentos, fue toda conmovida con espiritual júbilo
del Espíritu Santo y, mirando a la Reina del mundo y a lo que en ella veía, con
alta voz prorrumpió en aquellas palabras que refiere San Lucas (Lc 1, 42-45):
Bendita eres tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿y de dónde a mí esto que venga la
Madre de mi Señor adonde yo estoy? Pues luego que llegó a mis oídos la voz de
tu salutación, se exultó y alegró el infante en mi vientre. Bienaventurada eres tú que creíste, porque en
ti se cumplirán perfectamente todas las cosas que el Señor te dijo.
En estas palabras proféticas recopiló Santa
Isabel grandes excelencias de María santísima, conociendo con la divina luz lo
que había hecho el poder divino en ella y lo que de presente hacía y después en
lo futuro había de suceder. Y todo lo conoció y entendió el niño San Juan
Bautista en su vientre, que percibía las palabras de su madre, y ella era
ilustrada por la ocasión de su santificación; y engrandeció ella a María
santísima por entrambos como al instrumento de su felicidad a quien él no podía
por su boca bendecir ni alabar desde el vientre.
6.- Magnificat
A las palabras de Santa Isabel, con que
engrandeció a nuestra gran Reina, respondió la Maestra de la sabiduría y
humildad, remitiéndolas todas a su Autor mismo y con dulcísima y suavísima voz
entonó el cántico de la Magníficat que refiere San Lucas, y dijo (Lc 1, 46-55):
Mi alma glorifica al
Señor: y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios, salvador mío. Porque
ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava: por lo tanto, ya desde ahora me
llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas
grandes aquel que es todo poderoso, cuyo nombre es santo: y cuya misericordia
se derrama de generación en generación sobre los que le temen. Hizo alarde del
poder de su brazo: deshizo las miras del corazón de los soberbios. Derribó del
solio a los poderosos y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los
hambrientos: y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su
misericordia, acogió a Israel su siervo: según la promesa que hizo a nuestros
padres, a Abraham y a su descendencia por los siglos de los siglos.
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