24 feb 2019

Evangelio del domingo, 7º Domingo del tiempo ordinario, meditación


Evangelio del domingo, 7º Domingo del tiempo ordinario, meditación


“«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos,...”


 El Señor se dirige a los que lo escuchan, si bien, en general, habló para todos, esta vez solo se dirige a los que lo escuchan.

 Lo hace porque al que tiene mucho, se le pide mucho, es exigente para con los que lo siguen, le prestan atención, lo aman.

 No quiere mediocres, quiere discípulos esforzados que tiendan a la perfección en el Amor, que se asemejen a Él.

 Dios quiere heroísmo en el amor. La verdadera imagen y semejanza con Él la alcanzaremos solo creciendo, madurando, evolucionando en el amor.

 Y esto comienza con Él mismo, debemos amar a Dios cuando se presenta como enemigo, es decir, cuando es contrario a nuestra voluntad, cuando nos va mal en todo y solo conocemos sus bendiciones especiales que son sufrimientos.

 Cuando Dios no nos conforma, encerrados en nuestro ego, perdidos en el abismo, lamentándonos por nuestro orgullo derrotado, lo vemos como enemigo y no entendemos que es cuando mas y mejor nos Ama.

 Él Es un Padre que corrige e impide que nos convirtamos en ególatras narcisista que solo y siempre piensan en sí mismos.

 Hay que aceptar los límites que Dios impone y hay que aprender a aceptar verdaderamente su Voluntad en todo para llegar a amarlo verdaderamente y para crecer-evolucionar-madurar en el Amor logrando así imagen y semejanza con su Hijo.


Lecturas del próximo Domingo 7º del Tiempo Ordinario - Ciclo C


Primera lectura, Lectura del primer libro de Samuel (26,2.7-9.12-13.22-23):

En aquellos días, Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David. David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor.
Entonces Abisay dijo a David: «Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe.»
Pero David replicó: «¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.»
David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó: «Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor.»

Palabra de Dios

Salmo, Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13

R/. El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos;
como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles. R/.
Segunda lectura, Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,45-49):

El primer hombre, Adán, fue un ser animado. El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

Palabra de Dios

Evangelio del domingo, Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»

Palabra del Señor




17 feb 2019

Evangelio del domingo, 6º Domingo del tiempo ordinario, meditación


Evangelio del domingo, 6º Domingo del tiempo ordinario, meditación



“...¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.”, (Lc 6, 26).



 Hace El Señor su Paso Libertador por nuestra vida, pero no colaboramos, nos oponemos a Él y no lo entendemos, hasta llegamos a desconfiar aun hablando sobre Dios todo el tiempo.

 Nos apegamos al delirio de orgullo, a esa fantasía que decimos que somos, y dese el abismo del ego, vemos a Dios como enemigo, percibimos al Señor como contrario cuando nos quiere liberar del autoengaño, del apego a la mentira.

 Acá es donde se hace absolutamente necesaria la oración, el encuentro con Dios, el lugar y momento en el que Él nos corrige, porque así es como llegamos a colaborar verdaderamente en sus obras, en esa obra que Él quiere hacer en nuestro corazón, y luego, por y con nosotros, en el mundo.

 No entendemos lo complejo de los sentimientos y pensamientos, el mundo espiritual, todavía permanecemos sumamente apegados a lo terrenal, material, a la miserable existencia en este mundo.

 No comprendemos lo que Dios hace y quiere hacer, pero tampoco parece importarnos mucho, y de esta manera estamos desaprovechando su Paso Libertador por nuestra vida.

 No conocemos el Amor de Dios porque no nos hemos dejado amar por Dios todavía, no le hemos permitido que pase por nuestra vida y haga sus sobras, no hemos colaborado realmente con Él.

 Construimos apariencias de religiosidad, y son muy limitadas, no son lugar digno de Él, nos privamos de Dios cuando hablamos sobre Él todo el tiempo.

 Es hora de repensar lo que somos y hacemos, es el momento de considerar la vida que tenemos y deseamos tener, Dios está ahí, su Hijo, su Enviado, está ahí dispuesto a hacer su Paso Libertador por nuestra vida.

 Si no hemos comprendido aun la vida es porque no hemos entendido que Dios Es Amor y que ese Amor quiere nuestro Verdadero y Eterno Bien, es hora de escuchar a Dios, es el tiempo de abrirse en oración a Él para llegar a un verdadero encuentro capaz de cambiarnos realmente la vida, o mejor, de darnos verdadera Vida, su Vida en nosotros y en el mundo por medio nuestro.



Lecturas del próximo Domingo 6º del Tiempo Ordinario - Ciclo C


Primera lectura, Lectura del libro de Jeremías (17,5-8):

Así dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.»

Palabra de Dios


Salmo, Sal 1,1-2.3.4.6

R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.

Será como un árbol plantado
al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.


Segunda lectura, Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,12.16-20):

Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

Palabra de Dios


Evangelio del domingo, Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

Palabra del Señor



10 feb 2019

Evangelio del domingo, 5º Domingo del tiempo ordinario, meditación


Evangelio del domingo, 5º Domingo del tiempo ordinario, meditación


«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador», (Lc 5, 8).


 San Pedro se ve a sí mismo a la luz de Dios, ve lo que Dios ve, reconoce su corrupción, vicio, impureza.

 Su reacción es postrarse, pedir perdón, se rinde a los pies del Señor y ruega ser perdonado.

 Somos absolutamente diferentes:

 Nos ponemos de pie delante del Señor, no reconocemos vicios, errores e impurezas, consecuentemente, no le pedimos perdón, y peor aun, esperamos que nos elija, exalte, alabe y reconozca.

 Notar el detalle, San Pedro primero tuvo que trabajar, confiar en lo que Jesús le decía, ir contra sí mismo, en contra de lo que su cabeza le decía.

 Si no fuera por su amor y confianza, hubiera cuestionado al Señor, en su lugar, cualquiera de nosotros hubiese pensado mal de Jesús, ‘trabajamos toda la noche y todavía quiere que sigamos, no entiende’.

 Sí entiende, pero Él interviene cuando probamos el fracaso porque el fracaso destruye el orgullo, aniquila la presunción y nos deja bien predispuestos a escuchar a Dios y a reconocer el propio vicio, defecto, error, corrupción.

 Es hora de confiar en El Señor en aquello en lo que nos pide confianza, es el tiempo de perseverar en la fe y de vencerse a sí mismo, y en este camino de fiel obediencia a Dios, ir liberándonos del delirio de orgullo. Tenemos que volver a la realidad.



Lecturas del próximo Domingo 5º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Primera lectura, Lectura del libro de Isaías (6,1-2a.3-8):

EL año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, y se gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
«Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo».
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado de! altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
«Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
«A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».
Contesté:
«Aquí estoy, mándame».

Palabra de Dios


Salmo Sal 137

R/. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.

V/. Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. R/.

V/. Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

V/. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R/.

V/. Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.


Segunda lectura, Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios (15,1-11):

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados,
y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.

Palabra de Dios


Evangelio del domingo, Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,1-11):

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.


3 feb 2019

Evangelio del domingo, 4º Domingo del tiempo ordinario, meditación


Evangelio del domingo, 4º Domingo del tiempo ordinario, meditación




“Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”. (Lc 4)



 Es muy común que las personas que siempre están dispuestas a dar consejos, sean las mismas que no están dispuestas a aceptarlos.

 Siempre estamos muy apurados por decirles a otros lo que deben hacer, pero nosotros no lo hacemos.
 Ahí es que valen las palabras del Señor, “...Médico cúrate a ti mismo”.

 Nos hemos vuelto ciegos por elección propia, no queremos ver-entender, nos encontramos encerrados en una orgullosa presunción, queremos creer que somos perfectos.

 Solo vemos defectos en los otros, y cuando la Verdad nos dice, sugiere o señala nuestro error, obramos como los paisanos de Jesús, la desechamos, queremos echarla al abismo del olvido.

 No vemos-escuchamos la Verdad, estamos rechazando al Señor que quiere corregirnos, encaminarnos, guiarnos, nos escandalizamos escuchando el Evangelio al ver como quisieron despeñar al Señor, pero no somos diferentes.

 No buscamos la Verdad, no escuchamos al Señor y si por algún medio llegamos a conocerla, la descartamos, desechamos y nos negamos a escucharla.

 Hoy debemos pedirle a Dios un poco de humildad, apertura, predisposición para ver-entender-escuchar la Verdad y aceptarla.

 Debemos hacer el esfuerzo por rechazar la mentira, el error, el autoengaño, y no la Verdad.

 La Verdad hay que buscarla, hay que estar predispuesto a aceptarla y luego, debemos permitirle que cambie-reforme-rectifique nuestra vida.




Lecturas del Domingo 4º del Tiempo Ordinario - Ciclo C


Primera lectura, Lectura del libro de Jeremías (1,4-5.17-19):

En los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande.  No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide. Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—».

Palabra de Dios


Salmo, Sal 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17

R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.

V/. A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre.
Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído y sálvame. R/.

V/. Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

V/. Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.

V/. Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación,
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.


Segunda lectura, Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,31–13,13):

Hermanos: Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios. En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.

Palabra de Dios


Evangelio del domingo, Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,21-30):

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían:
«¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor






2 feb 2019

PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO Y PURIFICACIÓN DE MARÍA VIRGEN


PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO Y PURIFICACIÓN DE MARÍA VIRGEN



(Extracto de la obra “Mística Ciudad de Dios”, de la Venerable Sirva de Dios Sor María de Jesús de Ágreda).




CAPITULO 20

De la presentación del infante Jesús en el templo y lo que sucedió en ella.

596.    No sólo por virtud de la creación era la humanidad santí­sima de Cristo propia del eterno Padre, como las demás criaturas, pero por especial modo y derecho le pertenecía también por virtud de la unión hipostática con la persona del Verbo, que era engen­drada de su misma sustancia, como Hijo unigénito y verdadero Dios de Dios verdadero; pero con todo eso determinó el Padre que le fuese presentado su Hijo en el templo, así por el misterio como por el cumplimiento de su santa ley, cuyo fin era Cristo nuestro Señor (Rom 10, 4), pues por esto fue ordenado que los judíos santificasen y ofreciesen todos sus primogénitos (Ex 13, 2), esperando siempre al que lo había de ser del eterno Padre y de su Madre santísima; y en esto, a nuestro modo de entender, se hubo Su Majestad como sucede entre los hombres, que gustan se les trate y repita alguna cosa de que tienen agrado y complacencia, pues aunque todo lo conocía y sabía el Padre con infinita sabiduría tenía gusto en la ofrenda del Verbo humanado que por tantos títulos era suyo.

597.    Esta voluntad del eterno Padre, que era la misma de su Hijo santísimo en cuanto un Dios, conocía la Madre de la vida y tam­bién la de la humanidad de su Unigénito, cuya alma y operaciones miraba conforme en todo con la voluntad del Padre; y con esta cien­cia pasó en coloquios divinos la gran Princesa aquella noche que llegaron a Jerusalén antes de la presentación, y hablando con el Padre decía: Señor y Dios altísimo, Padre de mi Señor, festivo día será éste para el cielo y tierra, en que os ofrezco y traigo a vuestro santo templo la hostia viva, que es el tesoro de vuestra misma divi­nidad; rica es, Señor y Dios mío, esta oblación, y bien podéis por ella franquear vuestras misericordias al linaje humano, perdonando a los pecadores que torcieron los caminos rectos, consolando a los tristes, socorriendo a los necesitados, enriqueciendo a los pobres, favoreciendo a los desvalidos, alumbrando a los ciegos y encami­nando a los errados; esto es, Señor mío, lo que yo os pido, ofrecién­doos a vuestro Unigénito y también es Hijo mío por vuestra digna­ción y clemencia; y si me le habéis dado Dios, yo os le presento Dios y Hombre juntamente, y lo que vale es infinito y menos lo que pido; rica vuelvo a vuestro santo templo de donde salí pobre y mi alma os magnificará eternamente, porque tan liberal y poderosa se mostró conmigo vuestra diestra divina.

598.    Llegada la mañana, para que en los brazos de la purísima alba saliese el sol del cielo a vista del mundo, la divina Señora, pre­venidas las tortolillas y dos velas, aliñó al infante Jesús en sus pa­ños, y con el santo esposo José salieron de la posada para el templo. Ordenóse la procesión y en ella iban los santos Ángeles que vinieron desde Belén en la misma forma corpórea y hermosísima, como dije arriba (Cf. supra n. 589), pero en ésta añadieron los espíritus santísimos muchos cán­ticos dulcísimos que le decían al niño Dios con armonía de suaví­sima y concertada música,  que sólo María purísima los  percibió. Y a más de los diez mil que iban en esta forma, descendieron del cielo otros innumerables y, juntos con los que tenían la venera del santo nombre de Jesús, acompañaron al Verbo divino humanado a esta presentación; y éstos iban incorpóreamente como ellos son, y la divina Princesa sola los podía ver. Llegando a la puerta del templo, sintió la felicísima Madre nuevos y altísimos efectos interiores de dulcísima devoción y prosiguiendo hasta el lugar que llegaban las demás se inclinó y puesta de rodillas adoró al Señor en espíritu y verdad en su santo templo y se presentó ante su altísima y mag­nífica Majestad con su Hijo en los brazos. Luego se le manifestó con visión intelectual la Santísima Trinidad y salió una voz del Pa­dre, oyéndola sola María purísima, que decía:   Este es mi amado Hijo, en el cual yo tengo mi agrado (Mt 17, 5). El dichoso entre los varones, San José, sintió al mismo tiempo nueva conmoción de suavidad del Espíritu Santo, que le llenó de gozo y luz divina.

599.    El sumo sacerdote San Simeón, movido también por el Espí­ritu Santo; como arriba se dijo, capítulo precedente (Cf. supra n. 593), entró luego en el templo y encaminándose al lugar donde estaba la Reina con su infante Jesús en los brazos vio a Hijo y Madre llenos de resplan­dor y de gloria respectivamente. Era este Sacerdote lleno de años y en todo venerable, y también lo era la profetisa Santa Ana, que, como dice el evangelio (Lc 2, 25-38), vino allí a la misma hora y vio a la Madre con el Hijo con admirable y divina luz. Llegaron llenos de júbilo celestial a la Reina del cielo y el sacerdote recibió de sus manos al infante Jesús en sus palmas y levantando los ojos al cielo le ofreció al eterno Padre y pronunció aquel cántico lleno de misterios: Ahora, Señor, saca en paz de este mundo a tu siervo, según tu promesa. Porque ya mis ojos han visto al Salvador que nos has dado: al cual tienes destinado para que, expuesto a la vista de todos los pueblos, sea luz brillante que ilumine a los gentiles, y gloria de tu pueblo de Israel. (Lc 2, 25-38). Y fue como decir: Ahora, Señor, me soltarás y de­jarás ir libre y en paz, suelto de las cadenas de este mortal cuerpo, donde me detenían las esperanzas de tu promesa y el deseo de ver a tu Unigénito hecho carne; ya gozaré de paz segura y verdadera, pues han visto mis ojos a tu Salvador, tu Hijo unigénito hecho hom­bre, unido con nuestra naturaleza, para darle salvación eterna, destina­da y decretada antes de los siglos en el secreto de tu divina sabidu­ría y misericordia infinita; ya, Señor, le preparaste y le pusiste delante de todos los mortales, sacándole a luz al mundo para que todos le gocen, si todos le quieren, y tomar de él la salvación y la luz que alumbrará a todo hombre en el universo; porque Él es la lum­bre que se ha de revelar a las gentes y para gloria de tu escogido pueblo de Israel.

600.    Oyeron este cántico de San Simeón María santísima y San José, ad­mirándose de lo que decía y con tanto espíritu; y llámales el Evan­gelista (Lc 2, 25-38) padres del Niño Dios, según la opinión del pueblo, porque esto sucedió en público. Y San Simeón prosiguió diciéndole a la Madre santísima del infante Jesús, a quien se convirtió con atención: Ad­vertid, Señora, que este niño está puesto para ruina y para salva­ción de muchos en Israel y para señal o blanco de grandes contra­dicciones, y vuestra alma, suya de él, traspasará un cuchillo, para que se  descubran los pensamientos  de  muchos  corazones.—Hasta aquí dijo San Simeón. Y como Sacerdote dio la bendición a los felices padres del Niño. Y luego la profetisa Santa Ana confesó al Verbo humanado y con luz del Espíritu divino habló de sus misterios muchas cosas con los que esperaban la redención de Israel. Y con los dos santos viejos quedó testificada en público la venida del Mesías a re­dimir su pueblo.

601.    Al mismo tiempo que el Sacerdote San Simeón pronunciaba las palabras proféticas de la pasión y muerte del Señor, cifradas en el nombre de cuchillo y señal de contradicción, el mismo Niño abajó la cabeza, y con esta acción y muchos actos de obediencia interior aceptó la profecía del Sacerdote, como sentencia del Eterno Padre declarada por su ministro. Todo esto vio y conoció la amorosa Ma­dre y con la inteligencia de tan dolorosos misterios comenzó a sen­tir de presente la verdad de la profecía de San Simeón, quedando herido desde luego el corazón con el cuchillo que la amenazaba para ade­lante; porque le fue patente y como en un espejo claro se propusieron a la vista interior todos los misterios que comprendía la profe­cía: cómo su Hijo santísimo sería piedra de escándalo y ruina a los incrédulos y vida para los fieles; la caída de la sinagoga y levanta­miento de la Iglesia en la gentilidad; el triunfo que ganaría de los demonios y de la muerte, pero que le había de costar mucho y sería con la suya afrentosa y dolorosa de cruz; la contradicción que el infante Jesús en sí mismo y en su Iglesia había de padecer de los prescitos en tan grande multitud y número; y también la excelencia de los predestinados. Todo lo conoció María santísima y entre gozo y dolor de su alma purísima, elevada en actos perfectísimos por los misterios ocultísimos y la profecía de Simeón, ejercitó eminentes operaciones y le quedó en la memoria, sin olvidarlo jamás un solo punto, todo lo que conoció y vio con la luz divina y por las palabras proféticas de Simeón; y con tal vivo dolor miraba a su Hijo santí­simo siempre, renovando la amargura que como Madre, y Madre de Hijo Dios y hombre, sabía sola sentir dignamente lo que los hom­bres y criaturas humanas y de corazones ingratos no sabemos sentir. El santo esposo José, cuando oyó estas profecías, entendió también muchos de los misterios de la redención y trabajos del dulcísimo Jesús, pero no se los manifestó el Señor tan copiosa y expresamente como los conoció y penetró su divina esposa, porque había diferentes razones y el Santo no lo había de ver todo en su vida.

602. Acabado este acto, la gran Señora besó la mano al Sacer­dote y le pidió de nuevo la bendición, y lo mismo hizo con Santa Ana, su antigua maestra, porque el ser Madre del mismo Dios y la mayor dignidad que ha habido ni habrá entre todas las mujeres, Ángeles y hombres, no la impedían los actos de profunda humildad. Y con esto se volvió a su posada, y con el Niño Dios, su esposo y la compa­ñía de los catorce mil Ángeles que la asistían, se compuso la proce­sión y caminaron. Detúvose por su devoción, como abajo diré (Cf. infra n. 606ss), algu­nos días en Jerusalén y en ellos habló con el Sacerdote algunas veces misterios de la redención y profecías que le había dicho; y aunque las palabras de la prudentísima Madre eran pocas, medidas y gra­ves, como eran, tan ponderosas y llenas de sabiduría, dejaron al Sacerdote admirado y con nuevos gozos y efectos altísimos y dulcísimos en su alma; y lo mismo sucedió con la santa profetisa Ana; y entrambos murieron en el Señor en breves días. En la posada fue­ron hospedados por cuenta del Sacerdote; y los días que estuvo nues­tra Reina en ella frecuentaba el templo, y en él recibió nuevos favo­res y consolaciones del dolor que le causaron las profecías del Sacer­dote; y para que le fuesen más dulces le habló su santísimo Hijo una vez, y la dijo: Madre carísima y paloma mía, enjugad las lágri­mas de vuestros ojos y dilatad vuestro candido corazón, pues la voluntad de mi Padre es que yo reciba muerte de cruz. Compañera mía quiere que seáis en mis trabajos y penas, y yo las quiero pade­cer por las almas que son hechuras de mis manos a mi imagen y se­mejanza, para llevarlas a mi reino triunfando de mis enemigos y que vivan conmigo eternamente. Esto mismo es lo que vos deseáis con­migo.—Respondió la Madre: ¡Oh dulcísimo amor mío e hijo de mis entrañas! Si el acompañaros fuera no sólo para asistiros con la vista y compasión, sino para morir juntamente con vos, fuera mayor ali­vio, porque será mayor dolor vivir yo viéndoos morir.—En estos ejercicios y afectos amorosos y compasivos pasó algunos días, hasta que tuvo San José el aviso de ir huyendo a Egipto, como diré en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina María santísima.

603.    Hija mía, el ejemplo y doctrina de lo que has escrito te enseña la constancia y dilatación que has de procurar en tu corazón, estando  preparada para  admitir lo  próspero  y  adverso,  lo  dulce y amargo con igual semblante.  ¡Oh carísima, qué estrecho y qué apocado es el corazón humano para recibir lo penoso y contrario a sus terrenas inclinaciones! ¡Cómo se indigna con los trabajos! ¡Qué impaciente los recibe!  ¡Qué insufrible juzga todo lo que se opone a su gusto! ¡Y cómo olvida que su Maestro y Señor los padeció pri­mero y los acreditó y santificó en sí mismo! Grande confusión y aun atrevimiento es que aborrezcan los fieles el padecer después que mi Hijo santísimo padeció por ellos, pues antes que muriera abra­zaron muchos santos la cruz sólo con la esperanza de que en ella padecería Cristo, aunque no lo vieron. Y si en todos es tan fea esta mala correspondencia, pondera bien, carísima, cuánto lo sería en ti, que tan ansiosa te muestras para alcanzar la amistad y gracia del Altísimo y merecer el título de esposa y de amiga suya, ser toda para Él y que Su Majestad sea para ti, y también los anhelos que tienes de ser mi discípula y que yo sea tu maestra, seguirme e imitarme como hija fiel a su madre. Todo esto no se ha de resolver en sólo afectos y decir muchas veces:  Señor, Señor, y en llegando a la oca­sión de gustar el cáliz y la cruz de los trabajos contristarte, afligirte y huir de las penas en que se ha de probar la verdad del corazón afectuoso y enamorado.

604.    Todo esto sería negar con las obras lo que protestas con las promesas y salir del camino de la vida eterna, porque no puedes seguir a Cristo si no abrazas la cruz y te alegras con ella, ni tampoco me hallarás a mí por otro camino. Si las criaturas te faltan, si la tentación te amenaza, si la tribulación te aflige y los dolores de la muerte te cercaren (Sal 17, 5), por ninguna de estas cosas te has de turbar ni te has de mostrar cobarde, pues a mi Hijo santísimo y a mí nos desagrada tanto que impidas y malogres su poderosa gracia para defenderte; si no, la desluces y la recibes en vano y, a más de esto, darás al demonio gran triunfo, que se gloría mucho de que ha tur­bado o rendido a la que se tiene por discípula de Cristo mi Señor y mía, y comenzando a desfallecer en lo poco te vendrá a oprimir en lo mucho. Confía, pues, de la protección del Altísimo y que corres por mi cuenta, y con esta fe, cuando te llegare la tribulación, respon­de animosa: El Señor es mi iluminación y mi salud, ¿a quién temeré? Es mi protector, ¿cómo ando fluctuando (Sal 26, 1)? Tengo Madre, Maestra, Reina y Señora, que me amparará y cuidará de mi aflicción.

605. Con esta seguridad procura conservar la paz interior y no me pierdas de vista para imitar mis obras y seguir mis pisadas. Advierte el dolor que traspasó mi corazón con las profecías de San Si­meón, y en esta pena estuve igual, sin inmutarme, ni alteración alguna, aunque traspasada el alma y corazón de dolor. De todo to­maba motivo para glorificar y reverenciar su admirable sabiduría. Si los trabajos y penas transitorias se admiten con alegre y sereno corazón, espiritualizan a la criatura, la elevan y la dan ciencia divina con que hace digno aprecio del padecer y halla luego el consuelo y el fruto del desengaño y mortificación de las pasiones. Esta es ciencia de la escuela del Redentor escondida de los vivientes en Babilonia y amadores de la vanidad. Quiero también que me imites en respetar a los Sacerdotes y ministros del Señor, que ahora tienen mayor ex­celencia y dignidad que en la ley antigua después que el Verbo di­vino se unió a la naturaleza humana y se hizo Sacerdote Eterno según el orden de Melquisedec (Sal 109, 4). Oye su doctrina y enseñanza como dima­nada de Su Majestad, en cuyo lugar están; advierte la potestad y au­toridad que les da en el Evangelio, diciendo: Quien a vosotros oye, a mí oye; quien a vosotros obedece, a mí obedece (Lc 10, 16). Ejecuta lo más santo, como te lo enseñarán; y tu continua memoria sea en meditar lo que padeció mi Hijo santísimo, de tal manera que sea tu alma participante de sus dolores y te engendre tal acedía y amar­gura en los contentos terrenos, que todo lo visible pospongas y ol­vides por seguir al Autor de la vida eterna.