29 sept 2018

29 de Septiembre, Fiesta de SAN MIGUEL ARCÁNGEL


29 de Septiembre, Fiesta de SAN MIGUEL ARCÁNGEL





¿Fueron probados los Ángeles?, ¡Por supuesto!, así es como, los que perseveraron, fueron confirmados en Gracia y hoy son Ángeles buenos, fieles, leales al Señor; mientras que, aquellos que se eligieron a sí mismos renegando de la Voluntad Divina, se convirtieron en demonios.

Pensemos hoy en que todos somos probados, y todos tenemos como los Ángeles la posibilidad de elegir entre la Voluntad Divina y la voluntad propia, entre Él y nosotros mismos, y llegar a ser como Ángeles o como demonios. Considerar que la conducta genera tendencia y acaba determinando el destino y ser eterno.









Y sucedió en el cielo una gran batalla: Miguel y sus ánge­les peleaban con el dragón y el dragón y sus ángeles peleaban. Ha­biendo manifestado el Señor lo que está dicho a los buenos y malos ángeles, el santo príncipe Miguel y sus compañeros por el divino permiso pelearon con el dragón y sus secuaces. Y fue admirable esta batalla, porque se peleaba con los entendimientos y voluntades.

 San Miguel, con el celo que ardía en su corazón de la honra del Altí­simo y armado con su divino poder y con su propia humildad, resistió a la desvanecida soberbia del dragón, diciendo:

“Digno es el Altísimo de honor, alabanza y reverencia, de ser amado, temido y obedecido de toda criatura; y es poderoso para obrar todo lo que su voluntad quisiere; y nada puede querer que no sea muy justo el que es in­creado y sin dependencia de otro ser, y nos dio de gracia el que tenemos, criándonos y formándonos de nada; y puede criar otras criaturas cuando y como fuere su beneplácito. Y razón es que nos­otros, postrados y rendidos ante su acatamiento, adoremos a Su Majestad y real grandeza. Venid, pues, ángeles, seguidme, y adoré­mosle y alabemos sus admirables y ocultos juicios, sus perfectísimas y santísimas obras. Es Dios Altísimo y superior a toda criatura, y no lo fuera si pudiéramos alcanzar y comprender sus grandes obras. Infinito es en sabiduría y bondad y rico en sus tesoros y beneficios; y, como Señor de todo y que de nadie necesita, puede comunicarlos a quien más servido fuere y no puede errar en su elección. Puede amar y darse a quien amare, y amar a quien quisiere, y levantar, criar y enriquecer a quien fuere su gusto; y en todo será sabio, santo y poderoso. Adorémosle con hacimiento de gracias por la ma­ravillosa obra que ha determinado de la Encarnación y favores de su pueblo, y de su reparación si cayere. Y a este Supuesto de dos naturalezas, divina y humana, adorémosle y reverenciémosle y re­cibámosle por nuestra cabeza; y confesemos que es digno de toda gloria, alabanza y magnificencia, y como autor de la gracia y de la gloria le demos virtud y divinidad”.

 Con estas armas peleaban San Miguel y sus ángeles y com­batían como con fuertes rayos al dragón y a los suyos, que también peleaban con blasfemias;  pero a la vista del santo Príncipe, y no pudiendo resistir, se deshacía en furor y por su tormento quisiera huir, pero la voluntad divina ordenó que no sólo fuese castigado, sino también fuese vencido, y a su pesar conociese la verdad y poder de Dios; aunque blasfemando, decía:

Injusto es Dios en levantar a la humana naturaleza sobre la angélica. Yo soy el más excelente y hermoso ángel y se me debe el triunfo; yo he de poner mi trono (Is., 14, 13) sobre las estrellas y seré semejante al Altísimo y no me sujetaré a ninguno de inferior naturaleza, ni consentiré que nadie me pre­ceda ni sea mayor que yo.

—Lo mismo repetían los apostatas secua­ces de Lucifer;

 pero San Miguel le replicó:

 ¿Quién hay que se pueda igualar y comparar con el Señor que habita en los cielos? Enmu­dece, enemigo, en tus formidables blasfemias y, pues la iniquidad te ha poseído, apártate de nosotros, oh infeliz, y camina con tu ciega ignorancia y maldad a la tenebrosa noche y caos de las penas in­fernales; y nosotros, oh espíritus del Señor, adoremos y reverencie­mos a esta dichosa mujer, que ha de dar carne humana al eterno Verbo, y reconozcámosla por nuestra Reina y Señora.

 Era aquella gran señal de la Reina escudo en esta pelea para los buenos ángeles y arma ofensiva para contra los malos; porque a su vista las razones y pelea de Lucifer no tenían fuerza y se turbaba y como enmudecía, no pudiendo tolerar los misterios y sacramentos que en aquella señal eran representados. Y como por la divina virtud había aparecido aquella misteriosa señal, quiso también Su Majestad que apareciese la otra figura o señal del dragón rojo y que en ella fuese ignominiosamente lanzado del cielo con espanto y terror de sus iguales y con admiración de los Ángeles Santos; que todo esto causó aquella nueva demostración del poder y justicia de Dios.

 Dificultoso es reducir a palabras lo que pasó en esta me­morable batalla, por haber tanta distancia de  las  breves  razones materiales a la naturaleza y operaciones de tales y tantos espíritus Angélicos. Pero los malos no prevalecieron, porque la injusticia, men­tira e ignorancia y malicia no pueden prevalecer contra la equidad, verdad, luz y bondad; ni estas virtudes pueden ser vencidas de los vicios; y por esto dice que desde entonces no se halló lugar suyo en el cielo.

 Con los pecados que cometieron estos desagradecidos án­geles, se hicieron indignos de la eterna vista y compañía del Señor y su memoria se borró en su mente, donde antes de caer estaban como escritos por los dones de gracia que les había dado; y, como fueron privados del derecho que tenían a los lugares que les estaban prevenidos si obedecieran, se traspasó este derecho a los hombres y para ellos se dedicaron, quedando tan borrados los vestigios de los ángeles apostatas que no se hallarán jamás en el cielo. ¡Oh infe­liz maldad, y nunca harto encarecida infelicidad, digna de tan espan­toso y formidable castigo! Añade y dice:

 Y fue arrojado aquel gran dragón, antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el orbe, y fue arrojado en la tierra y sus ángeles fueron enviados con él. Arrojó del cielo el Santo Príncipe Miguel a Lucifer, convertido en dragón, con aquella invencible palabra: ¿Quién como Dios? que fue tan eficaz, que pudo derribar aquel soberbio gigante y todos sus ejércitos y lanzarle con formidable ignominia en lo inferior de la tierra, comenzando con su infelicidad y castigo a tener nuevos nombres de dragón, serpien­te, diablo y Satanás, los cuales le puso el Santo Arcángel en la ba­talla, y todos testifican su iniquidad y malicia.

 Y privado por ella de la felicidad y honor que desmerecía, fue también privado de los nombres y títulos honrosos y adquirió los que declaran su ignomi­nia; y el intento de maldad que propuso y mandó a sus confede­rados, de que engañasen y pervirtiesen a todos los que en el mundo viviesen, manifiesta su iniquidad.  Pero el que en su pensamiento hería a las gentes, fue traído a los infiernos, como dice Isaías, ca­pítulo 14 (Is., 14, 15), a lo profundo del lago, y su cadáver entregado a la car­coma y gusano de su mala conciencia; y se cumplió en Lucifer todo lo que dice en aquel lugar el Profeta.

 Quedando despojado el cielo de los malos ángeles y corrida la cortina de la divinidad a los buenos y obedientes, triunfantes y gloriosos éstos y castigados a un mismo tiempo los rebeldes, prosi­gue el evangelista que oyó una grande voz en el cielo, que decía:

 Ahora ha sido hecha la salud y la virtud y el reino de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, que en la presencia de nuestro Dios los acusaba de día y de noche.

 Esta voz que oyó el evangelista fue de la persona del Verbo, y la percibieron y entendieron todos los Ángeles Santos, y sus ecos llegaron hasta el infierno, donde hizo temblar y des­pavorir a los demonios; aunque no todos sus misterios entendieron, mas de solo aquello que el Altísimo quiso manifestarles para su pena y castigo.

 Y fue voz del Hijo en nombre de la humanidad que había de tomar, pidiendo al eterno Padre fuese hecha la salud, virtud y reino de Su Majestad y la potestad de Cristo; porque ya había sido arro­jado el acusador de sus hermanos del mismo Cristo Señor nuestro, que eran los hombres.

 Y fue como una petición ante el trono de la Santísima Trinidad de que fuese hecha la salud y virtud, y los mis­terios de la Encarnación y Redención fuesen confirmados y ejecu­tados contra la envidia y furor de Lucifer, que había bajado del cielo airado contra la humana naturaleza de quien el Verbo se había de vestir; y por esto, con sumo amor y compasión los llamó herma­nos.

 Y dice que Lucifer los acusaba de día y de noche, porque, en presencia del Padre Eterno y toda la Santísima Trinidad, los acusó en el día que gozaba de la gracia, despreciándonos desde entonces con su soberbia, y después, en la noche de sus tinieblas y de nues­tra caída, nos acusa mucho más, sin haber de cesar jamás de esta acusación y persecución mientras el mundo durare. Y llamó virtud, potestad y reino a las obras y misterios de la Encarnación y Muerte de Cristo, porque todo se obró con ella y se manifestó su virtud y potencia contra Lucifer.


(Extracto de la obra “Mística Ciudad de Dios”, de la Venerable Sierva de Dios Sor María de Jesús de Ágreda).


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