29 de Septiembre, Fiesta de SAN MIGUEL ARCÁNGEL
¿Fueron probados los Ángeles?, ¡Por
supuesto!, así es como, los que perseveraron, fueron confirmados en Gracia y
hoy son Ángeles buenos, fieles, leales al Señor; mientras que, aquellos que se
eligieron a sí mismos renegando de la Voluntad Divina, se convirtieron en
demonios.
Pensemos hoy en que todos somos
probados, y todos tenemos como los Ángeles la posibilidad de elegir entre la Voluntad
Divina y la voluntad propia, entre Él y nosotros mismos, y llegar a ser como Ángeles
o como demonios. Considerar que la conducta genera tendencia y acaba
determinando el destino y ser eterno.
Y
sucedió en el cielo una gran batalla: Miguel y sus ángeles peleaban con el
dragón y el dragón y sus ángeles peleaban. Habiendo manifestado el Señor lo
que está dicho a los buenos y malos ángeles, el santo príncipe Miguel y sus
compañeros por el divino permiso pelearon con el dragón y sus secuaces. Y fue
admirable esta batalla, porque se peleaba con los entendimientos y voluntades.
San Miguel, con el celo que ardía en su
corazón de la honra del Altísimo y armado con su divino poder y con su propia humildad,
resistió a la desvanecida soberbia del dragón, diciendo:
“Digno es el
Altísimo de honor, alabanza y reverencia, de ser amado, temido y obedecido de
toda criatura; y es poderoso para obrar todo lo que su voluntad quisiere; y
nada puede querer que no sea muy justo el que es increado y sin dependencia de
otro ser, y nos dio de gracia el que tenemos, criándonos y formándonos de nada;
y puede criar otras criaturas cuando y como fuere su beneplácito. Y razón es
que nosotros, postrados y rendidos ante su acatamiento, adoremos a Su Majestad
y real grandeza. Venid, pues, ángeles, seguidme, y adorémosle y alabemos sus
admirables y ocultos juicios, sus perfectísimas y santísimas obras. Es Dios
Altísimo y superior a toda criatura, y no lo fuera si pudiéramos alcanzar y
comprender sus grandes obras. Infinito es en sabiduría y bondad y rico en sus
tesoros y beneficios; y, como Señor de todo y que de nadie necesita, puede
comunicarlos a quien más servido fuere y no puede errar en su elección. Puede
amar y darse a quien amare, y amar a quien quisiere, y levantar, criar y
enriquecer a quien fuere su gusto; y en todo será sabio, santo y poderoso.
Adorémosle con hacimiento de gracias por la maravillosa obra que ha
determinado de la Encarnación y favores de su pueblo, y de su reparación si
cayere. Y a este Supuesto de dos naturalezas, divina y humana, adorémosle y
reverenciémosle y recibámosle por nuestra cabeza; y confesemos que es digno de
toda gloria, alabanza y magnificencia, y como autor de la gracia y de la gloria
le demos virtud y divinidad”.
Con estas armas peleaban San Miguel y sus
ángeles y combatían como con fuertes rayos al dragón y a los suyos, que
también peleaban con blasfemias; pero a
la vista del santo Príncipe, y no pudiendo resistir, se deshacía en furor y por
su tormento quisiera huir, pero la voluntad divina ordenó que no sólo fuese
castigado, sino también fuese vencido, y a su pesar conociese la verdad y poder
de Dios; aunque blasfemando, decía:
Injusto es Dios
en levantar a la humana naturaleza sobre la angélica. Yo soy el más excelente y
hermoso ángel y se me debe el triunfo; yo he de poner mi trono (Is., 14, 13)
sobre las estrellas y seré semejante al Altísimo y no me sujetaré a ninguno de
inferior naturaleza, ni consentiré que nadie me preceda ni sea mayor que yo.
—Lo
mismo repetían los apostatas secuaces de Lucifer;
pero San Miguel le replicó:
¿Quién hay que se pueda igualar y comparar con
el Señor que habita en los cielos? Enmudece, enemigo, en tus formidables
blasfemias y, pues la iniquidad te ha poseído, apártate de nosotros, oh
infeliz, y camina con tu ciega ignorancia y maldad a la tenebrosa noche y caos
de las penas infernales; y nosotros, oh espíritus del Señor, adoremos y
reverenciemos a esta dichosa mujer, que ha de dar carne humana al eterno
Verbo, y reconozcámosla por nuestra Reina y Señora.
Era aquella gran señal de la Reina escudo en
esta pelea para los buenos ángeles y arma ofensiva para contra los malos;
porque a su vista las razones y pelea de Lucifer no tenían fuerza y se turbaba
y como enmudecía, no pudiendo tolerar los misterios y sacramentos que en
aquella señal eran representados. Y como por la divina virtud había aparecido
aquella misteriosa señal, quiso también Su Majestad que apareciese la otra figura
o señal del dragón rojo y que en ella fuese ignominiosamente lanzado del cielo
con espanto y terror de sus iguales y con admiración de los Ángeles Santos; que
todo esto causó aquella nueva demostración del poder y justicia de Dios.
Dificultoso es reducir a palabras lo que
pasó en esta memorable batalla, por haber tanta distancia de las
breves razones materiales a la
naturaleza y operaciones de tales y tantos espíritus Angélicos. Pero los malos
no prevalecieron, porque la injusticia, mentira e ignorancia y malicia no
pueden prevalecer contra la equidad, verdad, luz y bondad; ni estas virtudes
pueden ser vencidas de los vicios; y por esto dice que desde entonces no se
halló lugar suyo en el cielo.
Con los pecados que cometieron estos
desagradecidos ángeles, se hicieron indignos de la eterna vista y compañía del
Señor y su memoria se borró en su mente, donde antes de caer estaban como
escritos por los dones de gracia que les había dado; y, como fueron privados
del derecho que tenían a los lugares que les estaban prevenidos si obedecieran,
se traspasó este derecho a los hombres y para ellos se dedicaron, quedando tan
borrados los vestigios de los ángeles apostatas que no se hallarán jamás en el
cielo. ¡Oh infeliz maldad, y nunca harto encarecida infelicidad, digna de tan
espantoso y formidable castigo! Añade y dice:
Y fue arrojado aquel gran dragón, antigua
serpiente que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el orbe, y fue
arrojado en la tierra y sus ángeles fueron enviados con él. Arrojó del cielo el
Santo Príncipe Miguel a Lucifer, convertido en dragón, con aquella invencible
palabra: ¿Quién como Dios? que
fue tan eficaz, que pudo derribar aquel soberbio gigante y todos sus ejércitos
y lanzarle con formidable ignominia en lo inferior de la tierra, comenzando con
su infelicidad y castigo a tener nuevos nombres de dragón, serpiente, diablo y
Satanás, los cuales le puso el Santo Arcángel en la batalla, y todos
testifican su iniquidad y malicia.
Y privado por ella de la felicidad y honor que
desmerecía, fue también privado de los nombres y títulos honrosos y adquirió
los que declaran su ignominia; y el intento de maldad que propuso y mandó a
sus confederados, de que engañasen y pervirtiesen a todos los que en el mundo
viviesen, manifiesta su iniquidad. Pero
el que en su pensamiento hería a las gentes, fue traído a los infiernos, como
dice Isaías, capítulo 14 (Is., 14, 15), a lo profundo del lago, y su cadáver
entregado a la carcoma y gusano de su mala conciencia; y se cumplió en Lucifer
todo lo que dice en aquel lugar el Profeta.
Quedando despojado el cielo de los malos
ángeles y corrida la cortina de la divinidad a los buenos y obedientes,
triunfantes y gloriosos éstos y castigados a un mismo tiempo los rebeldes, prosigue
el evangelista que oyó una grande voz en el cielo, que decía:
Ahora ha sido hecha la salud y la virtud y el
reino de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el
acusador de nuestros hermanos, que en la presencia de nuestro Dios los acusaba
de día y de noche.
Esta voz que oyó el evangelista fue de la
persona del Verbo, y la percibieron y entendieron todos los Ángeles Santos, y
sus ecos llegaron hasta el infierno, donde hizo temblar y despavorir a los
demonios; aunque no todos sus misterios entendieron, mas de solo aquello que el
Altísimo quiso manifestarles para su pena y castigo.
Y fue voz del Hijo en nombre de la humanidad
que había de tomar, pidiendo al eterno Padre fuese hecha la salud, virtud y
reino de Su Majestad y la potestad de Cristo; porque ya había sido arrojado el
acusador de sus hermanos del mismo Cristo Señor nuestro, que eran los hombres.
Y fue como una petición ante el trono de la
Santísima Trinidad de que fuese hecha la salud y virtud, y los misterios de la
Encarnación y Redención fuesen confirmados y ejecutados contra la envidia y
furor de Lucifer, que había bajado del cielo airado contra la humana naturaleza
de quien el Verbo se había de vestir; y por esto, con sumo amor y compasión los
llamó hermanos.
Y dice que Lucifer los acusaba de día y de
noche, porque, en presencia del Padre Eterno y toda la Santísima Trinidad, los
acusó en el día que gozaba de la gracia, despreciándonos desde entonces con su
soberbia, y después, en la noche de sus tinieblas y de nuestra caída, nos
acusa mucho más, sin haber de cesar jamás de esta acusación y persecución
mientras el mundo durare. Y llamó virtud, potestad y reino a las obras y
misterios de la Encarnación y Muerte de Cristo, porque todo se obró con ella y
se manifestó su virtud y potencia contra Lucifer.
(Extracto de la obra “Mística
Ciudad de Dios”, de la Venerable Sierva de Dios Sor María de Jesús de Ágreda).
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